Hace unos dias recibí una invitación muy especial para dar una conferencia en , una ciudad x. Era la primera vez que la visitaba y quedé completamente impresionada por la belleza de su entorno natural. Esta enclavada en una pequeña meseta rodeada de montañas espectaculares que me recordaron nuestra querida ciudad de Mérida, las montañas son azules y están coronadas de un nevado permanente y majestuoso llamado el Nevado del Ruiz. Cada mañana despertaba maravillada por esta belleza y la paz que se respira en ese lugar.
Me di cuenta de que la mayoría de las personas recorren las calles de la ciudad sin mirar siquiera hacia este paisaje... Los atardeceres en la cima de Chipre, en el momento en que el sol comienza a ocultarse para producir un paisaje que mezcla los diferentes tonos de azul y violeta, con apenas unas finas líneas decolor rosado que muestran los últimos vestigios de la luz del sol sobre la ciudad, me hicieron conectar una vez más, con la extraordinaria presencia de Dios. El ser humano se va acostumbrando a estos eventos maravillosos que rodean su vida cotidiana y en algún punto deja de verlos y de reconocerlos; pareciera que las cosas simples pero importantes de la vida desaparecen frente a sus ojos... y sólo parecen fijar su atención en los aspectos negativos y dolorosos.
¿Has pensado alguna vez en esto?
Ciertamente nos acostumbramos a las personas, a las situaciones, a los lugares y en muchos casos lo hacemos también con las circunstancias difíciles y negativas en nuestra vida. Recuerdo cuando estábamos terminando de construir nuestra casa en El Valle, todavía nos faltaban unos detalles de acabado y vino a visitarnos un amigo, al final de su visita nos dijo: anoten en este punto todos los detalles que tienen por terminar, porque una vez que se muden y vivan en la casa poco a poco dejarán de verlos y en algún momento se acostumbrarán a ellos. Así fue como nos pasó a nosotros, todavía después de tantos años, no hemos terminado las puertas de los clósets...
Así nos sucede también con los afectos, por ejemplo, con nuestros hijos... los queremos, nos sentimos maravillados de su presencia en nuestra vida, pero en algún momento dejamos de prestarles la atención debida; igual sucede en muchos casos con la pareja, el día a día, la rutina y los asuntos pendientes hacen que la relación se vaya volviendo costumbre y con el tiempo se pierden los detalles, las frases y los gestos amables hasta que la relación se vuelve fría y distante. Pareciera que todas las cosas bellas, buenas, especiales y mágicas que ocurren o aparecen en nuestra vida van perdiendo nuestro interés y aprecio en la medida en que aparecen nuevas cumbres por alcanzar en el horizonte.
No permitamos que la rutina, el paso de los días y los asuntos pendientes por resolver, conviertan en costumbre todos y cada uno de los eventos esenciales en nuestra vida. ¡Renovemos la pasión y la emoción que representó para nosotros tenerlos, recibirlos, descubrirlos o alcanzarlos! Recordemos que muchas veces en el reconocimiento de alguno de ellos tenemos la posibilidad de volvernos a conectar con esos sentimientos positivos que renovarán casi instantáneamente la alegría y el significado de estar vivo.
Podemos volver a disfrutar de todo lo que tenemos
Recupera la capacidad de asombro. Detente un momento y observa a tu alrededor.... Maravíllate por todos los pequeños y extraordinarios milagros de la naturaleza. Reconoce y valora la capacidad del hombre al crear tantas maravillas tecnológicas en beneficio de la humanidad.
Recupera tu presente. Respira profundo y conecta tu atención a todo lo que está ocurriendo en este momento. Esto te permitirá disfrutar del momento reconociendo todo lo que la vida te ofrece.
Valora la presencia de tus seres queridos. Asume el compromiso y la disposición de reconocer, valorar y agradecer el amor que otras personas te entregan de diferentes maneras.
Haz un inventario de todo lo que tienes. Comienza por el reconocimiento de lo más pequeño, hasta incluir aquello que sea lo más importante para ti. Hazlo sin peros...
Agradece cada regalo. Aprende a sentirte agradecido hacia Dios, por cada uno de ellos y recuerda que nada sucede por nada en el universo.
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