“Recibí una llamada telefónica de un buen amigo, que me alegró mucho. Lo primero que me preguntó fue cómo estaba. Sin saber por qué, le contesté: ‘Muy solo’. ¿Quieres que hablemos un poco?, me dijo. Le respondí que sí y en menos de quince minutos estuvo en mi casa. Yo le hablé por horas de todas mis penas, mi trabajo, mis deudas, mis problemas y el me escuchó con suma atención. Finalmente, se hizo tarde, pero me había hecho mucho bien su compañía, sobre todo que me apoyara y me escuchara sin criticarme. El notó que me sentía mejor y me dijo: ‘Bueno, me voy porque tengo que trabajar temprano’. Sorprendido, le comenté: ‘¿Por qué no me lo dijiste?, mira la hora que es y no te dejé dormir en toda la noche’. El sonrió y me dijo: ‘No hay problema, para eso estamos los amigos’.
Yo me sentí feliz y orgulloso de tener un amigo así. Lo acompañé hasta la calle y le pregunté: ‘A propósito, ¿por qué me llamaste anoche tan tarde? Y me dijo sonriendo: ‘Quería darte una noticia. Fui al doctor y me dijo que estaba gravemente enfermo’. Yo me quedé mudo, pero él, en tono comprensivo, añadió: ‘Bueno, pero no te preocupes, ya hablaremos de eso, en otra ocasión, que tengas un buen día’”.
Muchas veces estamos tan ensimismados que no tenemos oídos ni ojos para reconocer la presencia de los demás a nuestro alrededor. Es como si tuviéramos vidas individuales, desde donde no podemos apreciar la necesidad o los derechos que tienen los demás. Podemos, incluso, lucir egoístas, pues tenemos nuestra atención puesta sólo en lo que deseamos, necesitamos o estamos viviendo cada uno de nosotros.
De vez en cuando nos hace falta extender la mirada para reconocer a los demás, en especial a las personas con las que tenemos el regalo de compartir un momento.
Hacerlo nos permitirá descubrir que hemos pasado la mayor parte de esta vida, actuando sólo desde nuestro punto de vista, sin detenernos lo suficiente para considerar la necesidad o los sentimientos de las otras personas.
¿Cuántas veces actuamos de forma exigente y autoritaria, creyendo que sabemos mejor que los demás lo que quieren, buscan o necesitan en un momento dado? Es tiempo de comenzar a respetar la posición de los demás.
Cuando alguien es servicial la mayoría de las personas se aprovechan de él o ella.
Parece difícil encontrar la persona que se detendrá y en lugar de pedir o exigir, preguntará: ¿Te puedo ayudar en algo? ¿Quieres descansar? ¿O más bien lo dejamos para otro momento? Cualquiera de estas frases mostrará el corazón de una persona compasiva, que se interesa en los otros, que vive buscando la empatía con los demás.
Cuando somos adultos la responsabilidad de nuestra vida corre por cuenta propia; quiero decir, que si bien podemos de vez en cuando descansar en el hombro de otros, no podemos permanecer en esta posición indefinidamente, pues seguramente se cansarán del peso extra que le agregamos a su vida.
Pensemos en la vida como en una carrera de relevos. La relación con otras personas nos permite descansar y recuperarnos a ratos, de manera que estemos listos para tomar el control y la responsabilidad mientras ellos se reponen. Hay una gran belleza en esto. Nos necesitamos para vivir con más suavidad, y aunque ninguno de nosotros sea indispensable, qué agradable es compartir la experiencia con personas tan serviciales, amorosas, respetuosas, consideradas y entusiastas como tú. ¡Bienvenido a mi vida!
Vuélvete considerado. Valora cada acción, gesto o detalle que otra persona tenga contigo, sobre todo si se esfuerza y sacrifica parte de su beneficio. Agradece y devuelve lo que has recibido.
Establece límites. Para que no abusen de ti, pero también para no abusar de los otros en la búsqueda de tu bienestar y comodidad. Sé participativo y colaborador al momento de compartir espacios o actividades con los demás.
Escucha con atención. Con el tiempo comprenderás que es más enriquecedor escuchar que dar nuestra opinión. Cuando lo hacemos, nos abrimos a conocer y a considerar el punto de vista y la situación de los demás. Te sorprenderá descubrir a una persona totalmente diferente a la que imaginabas.
Piensa en los demás. Muéstrate interesado en sus historias personales, acompaña, comparte, celebra sus éxitos y suaviza sus derrotas. Recuerda que cada uno de nosotros tiene el mismo derecho a expresarse y experimentar la felicidad. Conviértete en un instrumento de motivación, reunión y conciliación.
Vive sin egoísmos. Comparte sin temor a perder, pues todo lo que entregamos desde el corazón y sin esperar recompensa alguna nos es devuelto con abundancia. Trabaja individualmente por el bienestar colectivo, no tengas pensamientos egoístas que sólo cuiden tus intereses personales a costa del sacrificio del bienestar de los demás, pues ésta es la forma segura de ir hacia el dolor y la dificultad.
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