lunes, 30 de marzo de 2009

Luchemos por hacer la diferencia

“Una tarde, padre e hijo caminaban juntos por el parque, donde un grupo de niños jugaba beisbol. Alberto estudiaba en una escuela para niños especiales y era costumbre caminar un poco antes de ir a casa. El pequeño sorpresivamente preguntó: ‘Papá ¿crees que me dejarán jugar?’.

El padre llamó a uno de los niños y le preguntó si Albertico podía jugar. El lo miró y contestó: ¿Por qué no? Pensando que estaban perdiendo por seis carreras y el juego estaba por terminar, no veía cómo podía empeorar la situación. El padre quedó sorprendido con la respuesta y con un gran apretón de manos agradeció el gesto, mientras Albertico sonreía.

De pronto, la situación en el juego mejoró, el equipo de Albertico anotó de nuevo y tenían las bases llenas con dos outs. El niño estaba en turno para batear. ¿Dejaría el equipo que el nuevo jugador bateara, arriesgando la oportunidad de ganar, al notar que éste ni siquiera sabía tomar el bate? Todos se quedaron paralizados, pero nadie se atrevió a decir nada… De todas formas, Alberto ya estaba parado y listo para batear; el pitcher se movió unos pasos para lanzar suavemente la pelota, de modo que el niño al menos pudiera hacer contacto con ella. El pequeño falló. Entonces un compañero de equipo se acercó y le ayudó a sostener el bate. El pitcher de nuevo lanzó suavemente; público y jugadores contenían la respiración. Alberto bateó, pero
la bola rodó suavemente a los pies del pitcher, éste podía lanzar a primera base, ponchando a nuestro niño y sacándolo del juego, pero en vez de eso, la lanzó
lo más lejos que pudo. Todos empezaron a gritar, sorprendidos por su gesto:
‘¡Corre a primera base!’. El nunca había corrido a primera base, pero todos le indicaban hacia dónde debía hacerlo. Mientras él corría, un jugador del otro equipo tenía ya la bola en sus manos, pero en vez de lanzar a la segunda base, dejándolo fuera, la lanzó bien alto, lejos de ella. El entusiasmo se apoderó de todos los presentes que gritaban: “¡Corre a segunda!”, y Albertico lo hizo, mientras los otros niños corrían a su lado dándole ánimo. Y así mientras los jugadores contrarios iban
a paso lento en busca de la pelota, Alberto llegaba a tercera. Nunca se supo que pasó, pero torpes jugadores dejaron caer una y otra vez la pelota hasta que nuestro héroe llegó a home. Todo se convirtió en una gran algarabía, los niños lo alzaron en hombros y lo hicieron sentir un héroe porque había ganado el juego para su equipo.

Aquel maravilloso día, esos 18 niños hicieron la diferencia”.


Cuando queremos podemos ser tan generosos, solidarios, comprensivos, compasivos y respetuosos… Entonces, ¿por qué nos dejamos afectar y contagiar por el comportamiento irresponsable, indolente y hasta egoísta de los demás? ¿Por qué no optar por continuar siendo nosotros mismos al escoger actuar de la mejor manera, para beneficiar a otros con nuestro comportamiento y compañía?

Ayer salimos a buscar nuestro vehículo, con el estacionamiento repleto de carros… íbamos caminando, cuando vimos a un chico que dentro de su carro y con la luz de cruce anunciando que esperaba un espacio que se desocupaba en ese instante, fue agredido por otro conductor que en forma rápida y abusiva, le tomó ventaja para ocupar el puesto. Este le dijo desde su ventana al chico: “Lo siento, pero a mí me hicieron lo mismo”.

Por supuesto que este evento desató una conversación interesante y apasionada entre nosotros y con algunas de las personas que estaban ahí; todos estuvimos de acuerdo en que el comportamiento del segundo conductor fue agresivo y tremendamente abusivo. El asunto es que no existe justificación alguna que lo excuse a él, ni a ninguno de nosotros cuando actuamos de la misma manera equivocada y agresiva que lo hacen algunas personas, dejándonos llevar por la ira o la afectación que nos causa su comportamiento. Sólo si somos capaces de perseverar en el compromiso que hemos hecho de actuar tal y como deseamos que lo hagan los demás algún día, podremos sumarnos activamente a un cambio social.

Vivir la diferencia no es fácil, especialmente si estamos rodeados de personas que a pesar de actuar equivocadamente parecieran recibir una especie de recompensa instantánea al beneficiarse de su mal comportamiento. A pesar de esto, vale la pena que hagamos el esfuerzo de actuar con responsabilidad, respeto y consideración en todo momento; que seamos ese instrumento que siembre un poco de conciencia en la mente y en el corazón de las demás personas.

Logremos con nuestro ejemplo motivador estimular a aquellos que tratan de hacer la diferencia, no permitamos que ese grupo de personas indolentes y aprovechadas gane espacio y adeptos dentro de nosotros. No es con violencia o agresividad como vamos a lograr que otros cambien su comportamiento, mucho menos cediendo a la presión que ejercen sobre nosotros, sino con nuestra actuación consciente y constante, aun en aquellos momentos en los que el estrés, la necesidad o la urgencia nos tomen por asalto, para hacernos olvidar nuestra verdadera naturaleza.

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