martes, 3 de marzo de 2009

Lo tuyo es mental

Puede tomar de 10 a 15 años diagnosticar a alguien que padezca el trastorno dismórfico corporal. Esta patología psiquiátrica consiste en pensar que se tiene un defecto corporal grave que debe ser corregido u ocultado.

Programas televisivos como Extreme Makeover (Sony), The Swan (Warner Channel), Dr. 90210 (E!) o Te llegó la suerte (Venevisión) pueden reforzar la idea de que la cirugía estética es una sólida alternativa para que las personas cumplan con un ideal de belleza que los ayudará a ser mucho más atractivos y, por ende, socialmente más aceptados. Apartando el tema de los costos monetarios que este tipo de opciones acarrea, el resultado (al menos el que es televisado) parece, ciertamente, satisfactorio: la persona comienza a sentirse “bella”, y sus problemas estéticos, aparentemente, llegan a su fin. Ahora bien, ¿qué sucede cuando ya habiendo pasado por un procedimiento quirúrgico el individuo sigue manifestando insatisfacción con su apariencia física? —esa “nariz aguileña”, ese “seno más grande que el otro”, esas antipáticas “orejas de elefante”... Quizás todos le advierten que luce “perfecto”, pero la obsesión persistirá bajo una sola idea: “estoy feo”. Usualmente este tipo de reacciones obsesivas en torno al físico tienen que ver con un trastorno dismórfico corporal. La doctora Jessica Díaz, médico psiquiatra, explica esta patología.

“Las personas tienen la idea de que hay algo malo con su cuerpo. En principio, esto puede derivarse de dos cosas: que, en efecto, haya una ligera anomalía que el individuo exagera o que no exista ningún desperfecto físico y el individuo se obsesione con la idea de que sí lo hay. Esto causa, entre muchas otras dificultades, problemas para relacionarse social, laboral y académicamente”.

Obsesiones y compulsiones
La doctora Díaz explica que este tipo de desórdenes está en el espectro de lo que se conoce como los trastornos obsesivo–compulsivos. Las obsesiones, como señalan los especialistas en la materia, son ideas que están continuamente en la mente de una persona, interfiriendo negativamente con su entorno. “Por ejemplo, si se piensa que las manos siempre están sucias, entonces los gérmenes pasan a ser un tema cotidiano, se transforman en una obsesión. Las compulsiones, por otro lado, son las conductas que las personas llevan a cabo en respuesta a las obsesiones. Los que estén obsesionados con los gérmenes tendrán la compulsión de lavarse las manos un número establecido de veces, hasta que se sientan ‘limpios’”. Estos ejemplos, aplicados al trastorno dismórfico, se traducen en que las personas que padecen estos problemas comienzan a pensar, constantemente, en ese defecto que supuestamente tienen (obsesión). En respuesta a esos pensamientos se miran mucho al espejo, siempre chequeando el defecto, o utilizan estrategias para “taparlo” (compulsión). Todo viene acompañado, generalmente, por síntomas de decaimiento y depresión que llevan al paciente, en el peor de los casos, a autoagredirse e, incluso, a intentar suicidarse.

Cifras indetectables

En un artículo publicado en www.websalud.com se afirma que, según las estadísticas mundiales, 48 por ciento de los pacientes con trastorno dismórfico requiere de hospitalización psiquiátrica en alguna etapa de su enfermedad, y que 24 por ciento sufrirá algún intento autolítico (autoagresiones, intentos de suicidio, etcétera). No obstante, Díaz aclara que no se han podido establecer estadísticas sólidas en torno al trastorno dismórfico. “Se habla de una tendencia mundial de 0,7 a 1,1 por ciento de población con este tipo de patología. Pero esta cifra es relativa. En los consultorios de los cirujanos plásticos estos porcentajes aumentan hasta un promedio de entre cinco y 16 por ciento de pacientes que recurren a la cirugía estética como una alternativa para ‘eliminar’ el supuesto defecto físico. Pero estas alternativas no atacan la raíz del problema, ya que no estamos hablando, en efecto, de determinada parte del cuerpo sino de la mente de la persona. Por lo general, lo que ocurre con estos pacientes después de la operación es que ‘trasladan’ el supuesto defecto físico a otra zona de su cuerpo, y el proceso mental comienza a repetirse”.

Agrega la especialista que esta enfermedad comienza a desarrollarse —generalmente— en la adolescencia, específicamente a una edad promedio de 16 años. “Pero diagnosticarla puede tardar entre 10 y 15 años, porque la persona no acude al psiquiatra o porque cuando acude lo hace por otras causas y no se diagnostica el trastorno.

La alternativa
En www.websalud.com se afirma que la calidad de vida de los pacientes con dismorfofobia (otro nombre de esta patología) es notablemente inferior a la de la población general e, incluso, peor que la de quienes padecen enfermedades crónicas u otros trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia. Si bien la hospitalización es una medida que se toma en determinadas etapas de crisis de un trastorno dismórfico, la oportuna visita al psiquiatra puede ayudar a erradicar el problema. “No existen pautas fijas establecidas para atacar este tipo de trastorno. Lo primero que se hace es ofrecerle al paciente, y a sus familiares, educación en torno a la enfermedad”. La doctora Díaz señala que si bien no existen lineamientos inflexibles para tratar el problema, sí se han obtenido buenos resultados con ciertos tratamientos farmacológicos que varían de acuerdo a cada paciente, así como con la terapia cognitivo–conductual. “En este tipo de terapias se le explica al paciente la relación que hay entre sus pensamientos, sus emociones y sus conductas. Se debe aclarar que no son terapias que funcionan de un día para otro, es un proceso largo.Para este problema no hay soluciones ‘mágicas’ como las que pudiera ofrecer la cirugía estética”

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