“Un maestro sufí decía acerca de sí mismo: ‘De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: Señor, dame fuerzas para cambiar al mundo’.
En la medida en que fui haciéndome adulto y caí en cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: ‘Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho’.
Ahora que soy un viejo y tengo los días contados, he comenzado a comprender lo tonto que he sido. Mi oración hoy, es la siguiente: ‘Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo’. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado gran parte de mi vida”.
Es tan fácil reaccionar cargados de ira, cuando otras personas nos molestan con su comportamiento, actitud o comentarios que, sin querer, podemos agravar la situación con nuestro comportamiento.
La mayoría de las veces actuamos impulsados sólo por las emociones, como en piloto automático, sin que podamos hacer un análisis objetivo que nos permita ver si nuestro comportamiento realmente será el adecuado. Tal parece que si mostramos a otros que somos capaces de reaccionar de forma más agresiva que ellos, saldremos bien librados de la situación. ¿Pero será esto cierto?
Usualmente nos sentimos diferentes a los demás, creemos ser más civilizados, maduros, preparados, conscientes y hasta más espirituales, pero nuestro comportamiento cotidiano, muchas veces, demuestra lo contrario.
La verdadera labor de aquellos que se sienten diferentes, porque tienen una perspectiva más positiva y sabia de la vida, consiste en actuar siempre de acuerdo con sus valores y parámetros de vida, aun a pesar de que las demás personas no lo hagan e insistan en confundirlos y provocarlos para hacerlos actuar igual que ellos.
Hace algún tiempo leí una frase bellísima y muy profunda que decía: “Las personas que más te afectan son tus maestros, porque ellos te dan la oportunidad de practicar el amor incondicional, la paciencia y la aceptación verdaderas”. Como ves, es mucho lo que podemos hacer para transformar al mundo con nuestra actitud y comportamiento diario consciente. Podemos sembrar esperanza, en la medida en que no permitamos que los demás nos contagien con su mala actitud y envenenen nuestro espacio interior con su agresividad, resentimientos, temores y frustraciones. Y si lo logran, no te justifiques, pues no hay razón suficiente para actuar (responder) con violencia. Piensa más bien en cuáles son las razones ocultas por las cuales reaccionaste de esa manera y tal vez descubras alguna herida del pasado que aún no ha sanado y puedas afrontarla y ocuparte de ella.
Para recordar:
Piensa antes de actuar. En lugar de reaccionar, tómate un par de minutos para pensar en cómo vas a responder y en lo que realmente quieres lograr con tu acción, seguramente lograrás tu cometido y, además, serás tú y no las circunstancias quien conduzca tu vida.
Busca tu balance emocional. Es importante que aprendas a canalizar tus emociones negativas, especialmente al momento de actuar. Practica la respiración completa imaginando que al botar el aire bajas tu nivel de afectación y mantienes la calma. Es preferible hablar después de que nos hayamos calmado para poder solucionar la situación de una mejor manera.
Sé firme, pero sin violencia. Podemos hacer valer nuestros derechos con determinación y firmeza, sin tener que usar la violencia si no es necesaria. La confianza en nuestras ideas y punto de vista hará que afrontemos cualquier situación de una manera más efectiva.
Actúa por convicción. No lo hagas para imitar o complacer a los demás. Vive de acuerdo con tus valores y atrévete a ser tú mismo. Recuerda que vivir la diferencia no es fácil, sobre todo cuando estás acostumbrado a recibir o a buscar el reconocimiento de los demás. Para sostenerte en tu posición necesitas convertirte en tu propio motivador.
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