Puede tomar de 10 a 15 años diagnosticar a alguien que padezca el trastorno dismórfico corporal. Esta patología psiquiátrica consiste en pensar que se tiene un defecto corporal grave que debe ser corregido u ocultado.
Programas televisivos como Extreme Makeover (Sony), The Swan (Warner Channel), Dr. 90210 (E!) o Te llegó la suerte (Venevisión) pueden reforzar la idea de que la cirugía estética es una sólida alternativa para que las personas cumplan con un ideal de belleza que los ayudará a ser mucho más atractivos y, por ende, socialmente más aceptados. Apartando el tema de los costos monetarios que este tipo de opciones acarrea, el resultado (al menos el que es televisado) parece, ciertamente, satisfactorio: la persona comienza a sentirse “bella”, y sus problemas estéticos, aparentemente, llegan a su fin. Ahora bien, ¿qué sucede cuando ya habiendo pasado por un procedimiento quirúrgico el individuo sigue manifestando insatisfacción con su apariencia física? —esa “nariz aguileña”, ese “seno más grande que el otro”, esas antipáticas “orejas de elefante”... Quizás todos le advierten que luce “perfecto”, pero la obsesión persistirá bajo una sola idea: “estoy feo”. Usualmente este tipo de reacciones obsesivas en torno al físico tienen que ver con un trastorno dismórfico corporal. La doctora Jessica Díaz, médico psiquiatra, explica esta patología.
“Las personas tienen la idea de que hay algo malo con su cuerpo. En principio, esto puede derivarse de dos cosas: que, en efecto, haya una ligera anomalía que el individuo exagera o que no exista ningún desperfecto físico y el individuo se obsesione con la idea de que sí lo hay. Esto causa, entre muchas otras dificultades, problemas para relacionarse social, laboral y académicamente”.
Obsesiones y compulsiones
La doctora Díaz explica que este tipo de desórdenes está en el espectro de lo que se conoce como los trastornos obsesivo–compulsivos. Las obsesiones, como señalan los especialistas en la materia, son ideas que están continuamente en la mente de una persona, interfiriendo negativamente con su entorno. “Por ejemplo, si se piensa que las manos siempre están sucias, entonces los gérmenes pasan a ser un tema cotidiano, se transforman en una obsesión. Las compulsiones, por otro lado, son las conductas que las personas llevan a cabo en respuesta a las obsesiones. Los que estén obsesionados con los gérmenes tendrán la compulsión de lavarse las manos un número establecido de veces, hasta que se sientan ‘limpios’”. Estos ejemplos, aplicados al trastorno dismórfico, se traducen en que las personas que padecen estos problemas comienzan a pensar, constantemente, en ese defecto que supuestamente tienen (obsesión). En respuesta a esos pensamientos se miran mucho al espejo, siempre chequeando el defecto, o utilizan estrategias para “taparlo” (compulsión). Todo viene acompañado, generalmente, por síntomas de decaimiento y depresión que llevan al paciente, en el peor de los casos, a autoagredirse e, incluso, a intentar suicidarse.
Cifras indetectables
Agrega la especialista que esta enfermedad comienza a desarrollarse —generalmente— en la adolescencia, específicamente a una edad promedio de 16 años. “Pero diagnosticarla puede tardar entre 10 y 15 años, porque la persona no acude al psiquiatra o porque cuando acude lo hace por otras causas y no se diagnostica el trastorno.
La alternativa
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