“Un cientIfico vivIa preocupado por los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para resolverlos. Pasaba días enteros en su laboratorio, buscando respuestas a sus dudas.
Cierto día, su hijo de siete años invadió su oficina. El científico, nervioso por la interrupción, arrancó, para entretenerlo, una hoja de una revista que tenía la foto del mundo y la cortó en muchos pedazos con unas tijeras y se la entregó al niño, diciéndole: Hijo, ayúdame a arreglar el mundo, aquí está roto en mil pedazos, mira si me puedes ayudar a arreglarlo.
En unos pocos minutos él oyó que su hijo gritaba: ¡Papá, lo hice! conseguí terminarlo todo, míralo aquí está. Al principio el científico no daba crédito a las palabras del niño, pues era imposible que, a su edad, hubiera armado un mapa que nunca había visto, pero para su sorpresa todo estaba perfectamente armado y todas las piezas en su sitio.
Tú no conocías esa foto, hijo, ¿cómo lo lograste? Bueno, en realidad no tenía un modelo para armarlo, pero cuando arrancaste la hoja de la revista, vi que al otro lado estaba la figura de un hombre, entonces le di vuelta a los recortes y empecé a arreglar a el hombre, que yo sí sabía como era. Al terminar, volteé la hoja y había arreglado el mundo”.
Hay personas que viven amargadas, malhumoradas, que se afectan por todo lo que ocurre a su alrededor.
Constantemente discuten y hacen todo lo posible por cambiar la actitud y el comportamiento de los demás, sin darse cuenta de que en esa especie de forcejeo emocional, ellos, son la víctima principal.
Hace unos días llevé un documento a la notaría y delante de mí, en la fila de la revisión de los documentos, estaba un señor de edad avanzada, renegando por la lentitud del servicio, y poniendo en duda, a viva voz, la eficiencia y preparación de la persona que se encarga de ese trámite. Luego le llegó su turno, y lo usó para reclamar sobre el largo tiempo que nos tomaba hacer un simple proceso.
Pensé en que muchas veces rechazamos a este tipo de personas porque nos sentimos intimidados, presionados u ofendidos por su actitud y comportamiento. Pero, a veces, también generan un efecto positivo, ya que a pesar de su agresividad y poco tacto son como guardianes del buen funcionamiento de la dinámica de las cosas, pues donde quieran que están, actúan como una “conciencia” que nos recuerda que tal vez sea necesario darle un ritmo o una dirección a nuestras acciones diarias, para que seamos mucho mas dinámicos, efectivos y participativos.
Estas personas, generalmente, están pendientes de todo y de todos, y aun cuando tienen la tendencia a señalar y a resaltar los errores, también están ahí para brindarnos su apoyo, con comentarios, sugerencias y acciones dirigidas a solucionar y a mejorar las situaciones inesperadas y difíciles.
Sé participativo. Hay muchos momentos en los que debemos involucrarnos, especialmente si estamos siendo testigos de algún evento injusto que afecte a personas indefensas, niños y mujeres. La solidaridad y la compasión son activas, podemos intervenir con respeto, pero con firmeza.
Escucha con atención. Muchas veces, por hacer algo equivocado, como tener el volumen de la música muy alto, estar mal estacionados, saltarnos la fila, irrespetar a otro… alguien nos llama la atención con razón. En lugar de responder a la defensiva o con agresividad, pongámonos en el lugar de los otros y aceptemos sus argumentos de buen grado.
No exageres. Si eres un cascarrabias empedernido, trata de mantener la calma y las proporciones, pues la línea entre un amargado social y una persona activa y solidaria es muy difusa. Evita mantener una actitud agresiva y crítica todo el tiempo.
No te afectes por pequeñeces. Está bien que reclames tus derechos, pero no te afectes hasta el punto de convertirte en un vehículo de confusión, malestar y violencia. Mantén siempre la calma y el control de tus emociones. Piensa antes de actuar y elige las palabras y las acciones más convenientes para solucionar, agilizar o suavizar una situación.
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