“Un hombre desesperado gritó al cielo: ‘¡Dios, si existes, háblame!’ Y entonces, una alondra del campo comenzó a cantar, una pequeña rana a croar y un bello gato a maullar, pero el hombre no escuchó nada de esto.
‘¡Dios, háblame que no te oigo!’. Y un trueno retumbó por todo el cielo, pero nuestro hombre tampoco lo oyó.
Mirando a su alrededor, desilusionado, dijo: ‘¡Dios, quiero verte, por favor déjame mirarte!’. Y un sol resplandeciente apareció entre las montanas, los árboles se mecieron, las flores se abrieron, pero él ni siquiera lo notó.
Y el hombre susurró de nuevo: ‘Por lo que más quieras, muéstrame un milagro’.
Y en ese momento la lluvia cayó, el viento sopló, un niño rió, pero él ni lo vio.
Por ultimo pidió: ‘Señor, necesito saber que estás conmigo’. Dios se inclinó y tocó a nuestro hombre. Pero él sacudió a una linda y colorida mariposa que se posó sobre su hombro”.
A veces un cambio de vida, una pérdida o un fracaso hacen que maduremos, aceptemos el pasado y sigamos fortalecidos hacia adelante. Hay momentos
en los que sentimos que el mundo que construimos con tanto esfuerzo se nos cae
a pedazos, y perdemos temporalmente el rumbo y la dirección que llevábamos, se desequilibra nuestra manera de vivir y hasta se confunde nuestra identidad.
La pérdida es una experiencia por la que todos tenemos que pasar en algún momento: cuando nos cambiamos de casa, de ciudad o país, dejamos nuestras familias para independizarnos, perdemos el empleo, algunos de nuestros seres queridos mueren o se van, nuestros hijos inician una vida propia... Son muchas las situaciones que de una u otra forma debemos enfrentar y resolver.
Todo cambio, sea triste o feliz, requiere practicar el desprendimiento, desarrollar la capacidad de dejar atrás, para comenzar una nueva etapa de la vida. A través de estos procesos difíciles y a veces dolorosos, podemos aprender, crecer y ajustar nuestra visión e interpretación acerca de la vida, y alcanzar la madurez emocional.
Los momentos de pérdida y crisis representan una oportunidad excelente para reencontrarnos con Dios, sea cual fuere nuestro concepto de El. Practica la oración,
la meditación y fortalece tu fe y la confianza en la Divinidad. Busca en tu interior el consuelo, la fortaleza y la paz.
Generalmente valoramos más los regalos materiales, que los esenciales que nos ofrece la vida cada día. Seguramente conocemos personas que se quejan y lamentan de su mala suerte constantemente, incapaces de reconocer y apreciar todo lo bueno
y especial que ocurre día a día en sus vidas. Es el momento de cambiar la interpretación que le damos a los eventos que nos suceden a diario, ajustar el exagerado valor que le damos a las cosas materiales y aprender a valorar el que le damos a las cosas pequeñas y simples, pero verdaderamente importantes de la vida.
Cuántas veces aparece, como una especie de milagro, la sonrisa de una persona para levantarnos el ánimo en un día difícil; el comentario de alguien que nos mueve a reflexionar y nos inspira para encontrarle la solución a un conflicto; la ayuda bondadosa, solidaria y desinteresada que nos presta un desconocido, y que nos motiva cuando lo recordamos a actuar de la misma manera. O, simplemente, disfrutar del abrazo cariñoso de nuestros hijos, que nos reconforta y nos hace sentir queridos o tomarnos unos minutos extra y detener nuestra rutina acelerada de todos los días para contemplar el amanecer o el jardín que sembramos hace tanto tiempo… Todos estos son regalos de vida, que nos reconfortan, alivian, renuevan, motivan, inspiran y nos recuerdan que la Divinidad siempre conspira para brindarnos el apoyo, la guía y la protección que necesitamos, valiéndose de los instrumentos más insospechados pero eficientes para hacernos llegar sus regalos.
Quiero invitarte a que abras tu corazón para que puedas reconocer, apreciar y agradecer cada regalo esencial que llega a tu vida y a la de los tuyos. Tal vez descubras que tienes mucho más de lo que pensabas y que necesitas aprender a disfrutarlo.
‘¡Dios, háblame que no te oigo!’. Y un trueno retumbó por todo el cielo, pero nuestro hombre tampoco lo oyó.
Mirando a su alrededor, desilusionado, dijo: ‘¡Dios, quiero verte, por favor déjame mirarte!’. Y un sol resplandeciente apareció entre las montanas, los árboles se mecieron, las flores se abrieron, pero él ni siquiera lo notó.
Y el hombre susurró de nuevo: ‘Por lo que más quieras, muéstrame un milagro’.
Y en ese momento la lluvia cayó, el viento sopló, un niño rió, pero él ni lo vio.
Por ultimo pidió: ‘Señor, necesito saber que estás conmigo’. Dios se inclinó y tocó a nuestro hombre. Pero él sacudió a una linda y colorida mariposa que se posó sobre su hombro”.
A veces un cambio de vida, una pérdida o un fracaso hacen que maduremos, aceptemos el pasado y sigamos fortalecidos hacia adelante. Hay momentos
en los que sentimos que el mundo que construimos con tanto esfuerzo se nos cae
a pedazos, y perdemos temporalmente el rumbo y la dirección que llevábamos, se desequilibra nuestra manera de vivir y hasta se confunde nuestra identidad.
La pérdida es una experiencia por la que todos tenemos que pasar en algún momento: cuando nos cambiamos de casa, de ciudad o país, dejamos nuestras familias para independizarnos, perdemos el empleo, algunos de nuestros seres queridos mueren o se van, nuestros hijos inician una vida propia... Son muchas las situaciones que de una u otra forma debemos enfrentar y resolver.
Todo cambio, sea triste o feliz, requiere practicar el desprendimiento, desarrollar la capacidad de dejar atrás, para comenzar una nueva etapa de la vida. A través de estos procesos difíciles y a veces dolorosos, podemos aprender, crecer y ajustar nuestra visión e interpretación acerca de la vida, y alcanzar la madurez emocional.
Los momentos de pérdida y crisis representan una oportunidad excelente para reencontrarnos con Dios, sea cual fuere nuestro concepto de El. Practica la oración,
la meditación y fortalece tu fe y la confianza en la Divinidad. Busca en tu interior el consuelo, la fortaleza y la paz.
Generalmente valoramos más los regalos materiales, que los esenciales que nos ofrece la vida cada día. Seguramente conocemos personas que se quejan y lamentan de su mala suerte constantemente, incapaces de reconocer y apreciar todo lo bueno
y especial que ocurre día a día en sus vidas. Es el momento de cambiar la interpretación que le damos a los eventos que nos suceden a diario, ajustar el exagerado valor que le damos a las cosas materiales y aprender a valorar el que le damos a las cosas pequeñas y simples, pero verdaderamente importantes de la vida.
Cuántas veces aparece, como una especie de milagro, la sonrisa de una persona para levantarnos el ánimo en un día difícil; el comentario de alguien que nos mueve a reflexionar y nos inspira para encontrarle la solución a un conflicto; la ayuda bondadosa, solidaria y desinteresada que nos presta un desconocido, y que nos motiva cuando lo recordamos a actuar de la misma manera. O, simplemente, disfrutar del abrazo cariñoso de nuestros hijos, que nos reconforta y nos hace sentir queridos o tomarnos unos minutos extra y detener nuestra rutina acelerada de todos los días para contemplar el amanecer o el jardín que sembramos hace tanto tiempo… Todos estos son regalos de vida, que nos reconfortan, alivian, renuevan, motivan, inspiran y nos recuerdan que la Divinidad siempre conspira para brindarnos el apoyo, la guía y la protección que necesitamos, valiéndose de los instrumentos más insospechados pero eficientes para hacernos llegar sus regalos.
Quiero invitarte a que abras tu corazón para que puedas reconocer, apreciar y agradecer cada regalo esencial que llega a tu vida y a la de los tuyos. Tal vez descubras que tienes mucho más de lo que pensabas y que necesitas aprender a disfrutarlo.
Comencemos un nuevo ciclo con una visión más limpia, objetiva y optimista, que nos permita descubrir en cada elemento o circunstancia ese elemento positivo presente en todos los eventos de nuestra vida. Dejemos atrás en forma consciente y voluntaria, todo aquello que nos haya sido difícil manejar y superar. Hagamos los cambios necesarios en nuestro estilo de vida, para sentirnos mejor con nosotros mismos, con nuestras personas queridas y con la vida.
Todo sucede por algo; es decir que cada cosa que nos ocurre lleva el sentido de recordarnos, enseñarnos, reafirmarnos o fortalecernos…, para darnos siempre la oportunidad de cambiar, ajustar o mantener el curso del resto de nuestra vida.
Claves para reconocer los regalos
Ubícate en el presente. Si logras quitar tu atención del pasado y del futuro, para atender sólo lo que sucede en el momento, seguramente te será más natural reconocer los pequeños milagros que ocurren en tu vida.
Detente unos minutos y valóralos. Muchas veces es la prisa con la que vivimos lo que no nos permite sorprendernos y disfrutar de las pequeñas cosas que suceden para suavizar nuestra existencia. Baja la velocidad de tu actividad y observa a tu alrededor con la mirada de un niño.
Abre tus ojos. No siempre las cosas llegan a nuestra vida de la forma que lo esperamos o pedimos; ten la apertura para reconocerlas y asumirlas. Siempre hay un momento y un espacio perfecto para que llegue a nuestra vida lo que deseamos o necesitamos. ¡No te desesperes!
Agradece y compártelo con tus amigos. Día a día llueven sobre ti innumerables bendiciones; cuenta tus bienes, a veces tienes más de lo que en verdad necesitas. Cuando nos damos a la tarea de contarle a otros las cosas buenas y especiales que nos ocurren, potenciamos la energía del entusiasmo, el optimismo, la confianza y la esperanza. Conviértete en eco de los comentarios positivos.
Haz algo bueno para que te sucedan. Si tú eres la causa que genera los efectos que después tienes que vivir, conviértete en una causa constructiva. Mantén una actitud positiva, sé un elemento conciliador que propicie la tolerancia, el entendimiento y el bien común en todo momento.
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