“Un tendero acudio afligido a su maestro para decirle que al frente de su tienda habían abierto un gran almacén que amenazaba con obligarle a cerrar el modesto negocio que su familia había regentado por más de un siglo, y que él ya no podía dormir, pues era tal su ansiedad, al pensar en lo que significaría la bancarrota.
El maestro le dijo:
-Si temes al propietario del gran almacén, acabarás dejándote poseer por la angustia y la desesperación y será tu ruina.
-¿Qué debo hacer entonces, maestro?
-Duerme tranquilo y levántate temprano, y todas las mañanas bendice la puerta de tu tienda deseándole prosperidad. Luego, ve al gran almacén y bendícelo también con la misma devoción.
-¿Qué dices? ¡Bendecir al que me hace la competencia y va a destruirme!
Pasado el tiempo regresó el tendero y le dijo al maestro:
El enojo, la tensión nerviosa, la irritabilidad y la incapacidad para concentrarnos en lo que hacemos o tenemos que resolver, son los síntomas inequívocos del estrés.
Esta es la enfermedad de nuestra época, acaba con nuestra paz mental y tranquilidad, hace que maltratemos a nuestros seres queridos y a nosotros mismos, convirtiendo nuestra vida en una experiencia desagradable con nuestra actitud y comportamientos equivocados. Nos impulsa a vivir como en una especie de carrera loca, para conseguir metas materiales, nos quita el sueño y nos roba el placer de vivir. Nos hace perder el control de nuestra vida, acabando con la creatividad y el sosiego al tratar de cumplir con los pendientes de una agenda abarrotada y sin sentido.
Es necesario que aprendamos a canalizarlo y a recuperar la tranquilidad. Lo primero que deberíamos hacer es establecer prioridades, aprender a distinguir entre lo importante y lo urgente. ¿Y cómo hacer esto? Es muy sencillo, pregúntate: ¿Lo que me preocupa es en verdad tan importante? ¿Qué pasaría en cinco años si no me ocupo de este pendiente? ¿Cambiará mi futuro? Si la respuesta es no, la tarea que nos agobia es un “urgente” y no es un “importante”, por lo tanto lo podemos tachar, delegar o aplazar sin angustia.
Cuando logres encontrar un poco de tiempo y baje tu nivel de prisa, no te inventes otro pendiente o compromiso inmediatamente. Más bien reserva ese tiempo para no hacer nada, pero de verdad nada y, además, sin culpa. Unos minutos serán suficientes para relajarte, tranquilizarte y retomar energías, fuerzas. Si te resulta muy difícil no hacer nada, entonces haz algo que te guste mucho, como: bailar, o tomar un curso de comida exótica, o prepárate una taza de te verde y tómalo calmadamente, mientras observas desde lejos, los ríos de gente estresada y atareada (evita el café y las bebidas gaseosas, estimulan el sistema nervioso y aumentan el estrés).
Cuando yo me siento muy estresada salgo a caminar. El ejercicio disipa el estrés, alivia nuestra ansiedad y mejora nuestro estado de ánimo, para mí es liberador. También puedes tomar una larga ducha, unos minutos más tarde, te sentirás como nuevo y listo para compartir con tu pareja y con tus hijos.
Si estoy en un lugar donde no puedo caminar para liberar el estrés, recurro a pequeños ejercicios de relajación que consisten en llenar lentamente mis pulmones de aire y aumentar la oxigenación del cerebro, y luego lo saco con mucha lentitud hasta dejarlos vacíos, al mismo tiempo visualizo que al botar el aire, sale la tensión y al aspirar imagino que entra en mí una sensación de paz, energía y renovación.
Para evitar consumirnos en el estrés debemos aprender a vivir en presente, reconociendo los detalles del lugar donde nos encontramos, sintiendo el aire que respiramos. Deja de vivir amargado por un pasado que ya pasó, o preocupado por un futuro incierto que no sabemos qué traerá.
Aprende a rezar o a meditar, activa ese poder curativo interno, y recupera tu paz.
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