Un rabino mantuvo una conversación con el Señor acerca del cielo y el infierno, cuya diferencia esencial no alcanzaba a comprender: “Te mostraré el infierno”, le dijo el Señor, y lo condujo a una habitación en medio de la cual había una enorme mesa redonda. La gente sentada alrededor estaba hambrienta y desesperada.
En medio de la mesa había una gran olla de cocido, lo bastante grande como para alimentarlos a todos y que sobrase. El aroma era delicioso y al rabino se le hizo la boca agua. Las personas sostenían unas cucharas con unos mangos muy largos. Cada persona descubría que podía alcanzar la olla y llenar la cuchara, pero como el mango era más largo que el brazo, no les permitía llevarse la comida a la boca.
Entonces el rabino comprendió, fácilmente, el terrible sufrimiento de aquellas personas que permanecían juntas pero solitarias, sufriendo hambre frente a una abundancia inagotable.
“Y ahora te mostrare el cielo”, dijo el Señor. Entraron a otra habitación exactamente igual que la primera. Allí estaba la misma gran mesa redonda y la misma olla llena de cocido. Las personas también estaban equipadas con las mismas cucharas de mangos largos, pero se les veía bien alimentadas y sanas, reían y hablaban entre sí, juntas y solidarias. Al principio el rabino no entendió la diferencia. “Es muy sencillo dijo el Señor, estas últimas han aprendido a alimentarse unas a otras”.
No hay relación personal, organización o comunidad, que funcione en armonía, como una máquina bien engrasada, sin la solidaridad, participación, colaboración y compromiso de cada uno de sus integrantes.
Es sorprendente el nivel tan alto de individualidad que existe hoy en día, por no llamarlo egoísmo, y cómo este se refleja en nuestra convivencia diaria. Un ejemplo de la vida diaria es el tráfico; la mayoría de los choferes, digamos que impulsados por la urgencia, el estrés, las muchas horas que pasan atrapados en una cola, se convierten en personas agresivas que te tiran el carro encima, que no te permiten hacer ningún cruce, mucho menos entrar al canal donde se encuentran circulando ellos. Te tocan la corneta insistentemente como si, de esta manera, pudieran hacerte ir a más velocidad. Hay veces en las que salir a la calle es como entrar en una jungla complicada y que por falta de la colaboración de todos, el día termina siendo una experiencia agotadora y desagradable.
Pero lo mismo sucede en la casa de muchas personas, donde el día a día transcurre en el medio de una rutina acelerada, llena de pendientes y obligaciones familiares, con un exceso de responsabilidad no compartida, debido a la falta de participación y responsabilidad de algunos que dejan el peso del mantenimiento del hogar sobre los hombros de aquellos que las asumieron desde muy temprano.
En la comunidad vemos con preocupación los problemas, las limitaciones, las necesidades, y la mayoría optamos por conformarnos con criticar, juzgar, resaltar lo negativo, y algunas veces atrevernos a hablar en voz alta de lo que pensamos y ya, esperando a que alguien, pero nunca nosotros, haga algo para resolverlo.
Y mientras tanto, ¿podemos hacer algo para cambiarlo, solucionarlo o mejorarlo? Es importante comprender que cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad de participar en la reconstrucción del espacio familiar, de la comunidad a la que pertenece, o de la ciudad en la que vivimos, para convertirlo con nuestro aporte en un espacio a salvo, agradable y bueno para todos. Conviértete en un motivador para los demás, a través de tu ejemplo y del entusiasmo y el compromiso con el que asumas cada día.
¡Es tiempo de despertar! No podemos seguir adormecidos creyendo que nuestra situación cambiará o mejorará sin nuestro trabajo, compromiso y voluntad.
Es el momento para comenzar a reconocer y a valorar el trabajo, el servicio, la actitud y el comportamiento responsable y positivo que tienen algunas personas a nuestro alrededor. Preguntarnos de vez en cuando: ¿Qué puedo hacer para suavizar su carga, para colaborar, para contribuir? Estoy segura de que cuando surge la buena intención dentro de nosotros se despierta nuestra iniciativa y el deseo genuino de participar.
Para tener pendiente
l Deja de criticar a otros y obsérvate a ti mismo.
l No te justifiques cuando hagas algo equivocado.
l No te quedes estancado en tu comodidad.
l Decide compartir y tomar en cuenta a los demás.
l Muestra interés genuino por el bienestar de las personas que comparten tu entorno personal.
l Aunque nadie a tu alrededor reconozca tu esfuerzo, sigue haciéndolo y será el universo el que te recompense.
l Comparte responsabilidades en casa aunque te parezcan aburridas.
¡Acuéstate cada noche con la sensación maravillosa de aportar lo mejor de ti, en la búsqueda del bienestar colectivo!
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