Mi hija y su amiguita conversaban despreocupadamente sobre las diferentes formas en que sus compañeros de estudio hacían trampa en los exámenes, de cómo los más vagos se robaban los apuntes y cuadernos de los demás. En ningún momento mostraron signos de desaprobación, sorpresa o desagrado ante la conducta de sus compañeros. Cuando les manifesté lo que pensaba sobre la falta de valores de sus amigos, me contestaron que eso era lo que hacían muchos y que tal comportamiento siempre llamaba la atención de la mayoría aunque no estuviesen de acuerdo.
En verdad me di cuenta que la modernidad ha hecho de muchos de nuestros jóvenes unos discapacitados morales; ahora sólo se admira y respeta a las personas por lo que tienen y no por lo que son. La superación, los valores o el logro personal han quedado relegados por el éxito instantáneo y la vida cómoda. La superficialidad es el común denominador de la juventud. El consumismo, la fama, el dinero rápido y fácil son el objetivo inmediato, pues como dicen por ahí, hay que gozar la vida. Para muchos la meta es ser un artista famoso, una super-modelo o peor aún, tener una super-figura para casarse con alguien de mucho status social y dinero y así tener una vida cómoda. Este es el sueño actual de la mayoría y harían lo que fuese por lograrlo.
Tenemos que evitar como padres que nuestros hijos queden atrapados en ese mundo confuso y sin valores bien establecidos. Desarrollemos una estrategia para inculcarles valores y principios, hagámoslos concientes de su importancia y rechacemos la viveza, el facilismo y la superficialidad.
Dale ejemplo: Para nuestros hijos es más importante lo que hacemos que lo que les decimos. Tú eres el líder natural de tus hijos, ellos siempre te están observando, copiando y aprendiendo de todo lo que haces, aunque no te des cuenta. Por eso debes ser íntegro y cuidadoso de todo lo que haces y dices. Si te equivocas, rectifica delante de ellos, revisa las consecuencias del error, busca la mejor manera de corregirlo y gánate su respeto.
Analiza con ellos las reglas del hogar: Es vital hablar con tus hijos sobre lo que piensas y valoras, haciendo énfasis en lo que crees y en lo que no aceptas y “por qué”. No es suficiente dar unos consejos casuales; es importante explicarles siempre nuestras razones, analizando con ellos las consecuencias de nuestros actos a corto y largo plazo, así cuando ellos tengan que tomar decisiones difíciles puedan actuar con un criterio claro y firme.
Incorpora los valores a la gente diaria: Los valores no pueden ser un concepto raro e incomprensible. Deben formar parte de todas nuestras decisiones y actos cotidianos. Cuéntale a tus niños historias de héroes; todos necesitamos admirar y seguir a alguien, pero no aquellos que nos ofrece muchas veces la televisión, héroes de mentiras, que sobresalen no por sus virtudes, sino por su dinero o su fama. Lean juntos cuentos con moraleja, analiza las noticias del periódico, resalten las conductas ejemplares. Juega con ellos a la semana de la verdad, en donde ningún miembro del hogar puede mentir por ninguna razón, también puede ser la semana de la honestidad, de la tolerancia, de la solidaridad…, así involucras estos valores en la vida cotidiana del hogar.
Háblales de la “voz de la conciencia ”: Ese pequeño duendecillo que siempre nos acompaña y que nos dice lo que está bien o está mal, algunos lo llama conciencia, otros sabiduría interior, intuición o Angel de la Guarda; no importa como quieras nombrarlo. Lo importante es que tus hijos sepan que estás ahí para acompañarlos, escucharlos y apoyarlos en todo momento.
Enséñales a ponerse en el lugar de los demás: Así nacerá en ellos la consideración, la compasión y la tolerancia; dejarán de ser personas egoístas y competitivas, convirtiéndose en seres sensibles y solidarios. Muéstrales la realidad que existe afuera de ese mundo seguro y a salvo que ustedes crearon para ellos; llévenlos a compartir juguetes a un hospital; inviten a niños de escasos recursos a su casa; hagan trabajo comunitario con sus hijos.
Se tolerante: Deja de ser el juez de todos los actos de tus hijos, nunca los hagas sentir culpables. Si en algún momento se equivocan, no les digas que son malas personas, sino que fue una acción equivocada y proponle varias opciones para reparar el error; reconócelos e indícales que fueron muy valientes al reconocer su falta. Reprenderlos sólo hará que disminuyan su autoestima, se depriman o tenga un comportamiento agresivo sin darse cuenta nunca de su error.
Acepta el reto con amor de sembrar en ellos valores éticos y morales, que les permitan tener una existencia más plena y satisfactoria, para que sientan satisfechos
y orgullosos de sí mismos. Así no necesitarán de ninguna recompensa externa
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