viernes, 20 de febrero de 2009

El descanso del guerrero

Descubri algo muy sutil e importante… Necesitamos mantenernos llenos de actividad, para sentir que estamos vivos. Una vez que resolvemos los pendientes, superamos una dificultad, o terminamos los proyectos que iniciamos, experimentamos una tranquilidad tan grande que nos asusta. Es en ese momento, cuando se disparan algunas de las programaciones que nos inducen a volver a la actividad, convirtiéndonos en personas incapaces de usar y disfrutar esos pequeños pero importantes momentos de silencio y tranquilidad, que no son más que la recompensa por un largo período de actividad, estrés y trabajo.

Pareciera que estamos condenados a vivir en una especie de actividad compulsiva, que nos impide afrontar nuestros vacíos y carencias personales, establecer contactos más puros y directos con otras personas, llenarnos con la belleza y la perfección de la naturaleza y disfrutar de los milagros que suceden en nuestra vida, al sabernos conectados con la Divinidad. ¿A dónde vamos con tanta angustia y tanta prisa?

Yo necesito pequeños momentos de silencio, para dejar de distraerme por todo lo que sucede afuera, para volver a tener conciencia de mí misma y de la dirección que lleva mi vida. Generalmente en el bullicio y la agitación de nuestro entorno, perdemos la noción de quiénes somos y del porqué estamos aquí, se nos confunden las prioridades y se disipan nuestros sueños, al chocar con las dificultades. Cada vez que tengo la posibilidad de quedarme quieta, sin prisas ni pendientes que distraigan y confundan mi mente, bendigo el regalo maravilloso que significa entregarme a disfrutar del contacto con los demás; con mi esencia al escribir, al estar en contacto con la naturaleza, o en el silencio donde me es más sencillo percibir la Presencia de Dios. Te propongo bajarle el ritmo y la velocidad a tus días… para hacer menos cosas con prisa y más con calidad y atención.

Corres todo el día, tienes una lista interminable de pendientes que te obligan a mantener una actividad casi frenética, justificada en todo lo que conseguirás a través de ella, pero que no te permite parar unos minutos, para hacer contacto contigo mismo y con la vida.

¿Cuándo fue la última vez que pudiste sentir tu cuerpo, para reconocer el cansancio que has acumulado... tus emociones y los cambios que has experimentado en el último año o en los últimos meses, y como te han afectado?

No podemos continuar viviendo hacia fuera, permitiendo que todo lo que nos dicen o hacen los demás nos confunda, nos altere o nos afecte, tan profundamente. No tiene sentido que sigamos heridos por cosas que ocurrieron en el pasado, aunque éste sea cercano; atados a situaciones, condiciones o relaciones injustas, indignas o negativas porque atentan contra nuestro bienestar, seguridad y tranquilidad.
Tenemos derecho a vivir como queremos y a lograr las condiciones mínimas necesarias para sentirnos bien y en paz con nosotros mismos y con los demás. Y esto no significa alcanzar los niveles de confort que otros han establecido para nosotros. Me refiero a lograr el bienestar interior, a ese estado de adentro, de calma y regocijo que nos deja apreciar toda la magia que se manifiesta a nuestro alrededor, y que generalmente pasa desapercibida frente a nuestros ojos. Podemos, si así lo decidimos, notar y resaltar sólo aquello bueno y positivo que ocurre a cada momento, aun cuando venga envuelto y escondido dentro de alguna situación difícil o inesperada.

¡No es fácil vivir como queremos, pero es posible hacerlo!
Los principales obstáculos a vencer son tus prejuicios y temores, pues lo que piensas y crees acerca de ti mismo, de la vida y de los demás, determinará tu manera de interpretar y vivir los hechos. ¡Vamos, suéltate! Deja de mantener el control y la vigilancia sobre ti mismo y los demás; sé tu mismo, más liviano y ligero, toma lo que te ofrece la vida y haz que se multiplique.

A cada uno de nosotros se nos dio una pequeña parcela en el mundo, para que la mantuviéramos y la hiciéramos crecer.

Trabajemos, para convertirnos en un elemento conciliador, que impulse, motive, facilite y apoye a nuestros seres queridos y a los desconocidos con los que tengamos el regalo de encontrarnos. Sembremos sonrisas y esperanza en los rostros y en la vida de la gente.

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