martes, 24 de febrero de 2009

El corazón


El corazón
Estrategias de defensa

¿Acaso ha dejado de fumar, se ejercita con regularidad, cuida la dieta, controla la tensión arterial? Ahora cuando se sabe que la concurrencia de múltiples factores aumenta los riesgos de sufrir una enfermedad cardiovascular, ¿se ha animado a hacer frente a algunos de ellos? o, mejor aún, ¿por qué no a todos? Es por su vida, siga leyendo. Nueva York. Enviado especial

La buena noticia es que la mortalidad asociada a enfermedades cardiovasculares ha descendido en los países desarrollados. La mala es que en las naciones del Tercer Mundo y, especialmente, en América Latina, ha venido sucediendo todo lo contrario, al punto de que la cifra, entre 1936 y 1996, se ha triplicado. Algunos expertos señalan que, para el año 2020, los decesos por esta causa no sólo seguirán siendo los más numerosos —muy por encima de los ocasionados por el cáncer y los accidentes de tránsito— sino que llegarán a representar, aunque usted no lo crea, un enorme 75% del total de muertes de la región. Así que el órgano que enciende la vida, paradójicamente también será —ya lo es— el mayor responsable a la hora de apagarla... y a la vuelta de la esquina lo será, por lo menos, para 75 de cada 100 latinoamericanos que fallezcan.

La cifra, dada a conocer en el Primer Seminario para Medios de Comunicación Latinoamericanos sobre Enfermedades Cardiovasculares, organizado por Pfizer en Nueva York, es alarmante, no hay duda, y muchos se preguntarán si también inevitable. La tendencia es, como se ha dicho, al alza, y en ello tienen mucho que ver, como lo expresa Michael Berelowitz, vicepresidente médico global de la farmacéutica, las nuevas realidades que caracterizan a este mundo globalizado, donde si bien han aumentado las expectativas de vida del ser humano —la Medicina se prepara para atender las demandas de una población de mayor edad que interpretará un papel cada vez más importante en las sociedades contemporáneas— no es menos cierto que esa mayor longevidad vendrá emparejada con un incremento de las posibilidades de padecer algunos de los factores que siempre han estado asociados con el riesgo a sufrir —y morir— de una enfermedad cardiovascular. En otras palabras, a más años de vida, más probabilidades de que el colesterol cruce la raya y se eleve a límites peligrosos, de que la tensión haga una mala jugada, de que cese toda actividad física, de que la diabetes termine por dañar, irreparablemente...
Justamente al control de estos factores de riesgo es hacia donde apuntan la nueva medicina y la investigación financiada por las grandes farmacéuticas. El que las cifras antes mencionadas sean evitables dependerá, en gran medida, del esfuerzo que se haga por enseñar a la población sobre la necesidad de controlar los diferentes factores que incrementan el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular. Mucho se podrá hacer —y se hará—, por ejemplo, una vez esté declarado un padecimiento o se haya sufrido un infarto. Incluso, una gran cantidad de personas se beneficiará de los nuevos avances en intervenciones delicadas de corazón abierto, como las que son necesarias para los trasplantes o para los corazones artificiales que habrán de llegar algún día, pero el impacto en términos de salud pública no será real si no se logra mejorar la prevención. Allí radica la esperanza, y allí se concentrará el esfuerzo de los profesionales de la Medicina e, incluso, del desarrollo farmacológico. Mejor es prevenir que lamentar, reza el dicho popular nunca más oportuno.

Todos para uno y uno para todos. ¿Qué se sabe de los factores de riesgo? De ellos se sabe cada día más. Lo más reciente, como bien lo sostiene Raúl Dos Santos, director de la Unidad Clínica de Dislipidemia del Instituto del Corazón de São Paulo, Brasil, es que los factores de riesgo interactúan, o, para decirlo en otras palabras, el riesgo Justificar a ambos ladoses mayor, se multiplica, cuando varios coinciden en el perfil de una persona. Esto quiere decir que si usted tiene el colesterol alto y además es diabético, por supuesto que tiene un riesgo mayor de padecer una enfermedad del corazón que una persona completamente sana, pero sería muchísimo mayor si, además, sufre de hipertensión, fuma y es obeso (ver recuadro en la página siguiente).

Desde hace ya varias décadas se han venido desarrollando tablas específicas para calcular el riesgo de las personas de padecer una enfermedad cardiovascular. Uno de los métodos más usados —un verdadero estándar— es el desarrollado por John Framingham —conocido como el Score de Framingham— que ha servido, incluso, como base para otros sistemas de cálculo. Cuando usted se ha molestado en llenar uno de esos formularios que aparecen en Internet para determinar su nivel de riesgo, casi con seguridad ha estado respondiendo a interrogantes que siguen las directrices de Framingham. Si lo ha hecho, se habrá dado cuenta de que las preguntas tienen que ver con la edad, el sexo, los valores de su tensión arterial, las cifras del colesterol —algunos preguntan específicamente sobre el valor del HDL o colesterol “bueno”— y la ausencia o presencia de ciertos hábitos como fumar o salir a caminar o a ejercitarse. Pues bien, la información suministrada sirve para determinar la concurrencia de factores que determinarán el verdadero riesgo que usted está viviendo, de no hacer nada por cambiar las cosas. El resultado puede ser atemorizante.

Muchos se preguntarán qué tan confiables pueden ser esos resultados, qué tan ajustados pueden estar a la verdadera posibilidad que existe de padecer una enfermedad del corazón. La pregunta es válida, y mucho más ahora cuando se ha dado a conocer que la mayoría de esas tablas tienden a sobrevalorar el riesgo; es decir, a indicar que las cosas están peores de lo que son. Además, hay nuevos elementos a tomar en cuenta. Uno de ellos es que las tablas no pueden aplicarse a todos por igual, pues hay diferencias importantes entre personas de distintas regiones (y también entre distintas épocas). No es lo mismo determinar el riesgo de un latinoamericano que el de un europeo y, mucho menos, que el de un africano. Peor aún, hacerlo con puntos referenciales que pueden haber quedado en el pasado... y es que si bien en todas partes de lo que más se muere la gente es de una enfermedad del corazón, los factores difieren en cada región y en cada época... por lo que hay que determinar cuáles son. Pero no se tome estos datos como una falsa esperanza de que no hay peligro. El verdadero riesgo, después de todo, podría no diferir mucho del calculado en las tablas.

¡Ay, Carmela! Justamente para saber la prevalencia de los factores de riesgo en América Latina se llevó a cabo el estudio CARMELA (Cardiovascular Risk Factors Múltiple Evaluation in Latin America), organizado por la Fundación Interamericana del Corazón y la Sociedad Latinoamericana de Hipertensión, con el patrocinio de Pfizer. La investigación, explica Ana María Valderrama, quien es directora regional de Investigación Clínica de Latinoamérica Pfizer, se llevó a cabo en siete países de la región, a saber Argentina, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela. Un total de 11.200 personas han sido evaluadas para saber no sólo de factores de riesgo, sino del impacto de ciertos factores socioeconómicos —que también juegan su papel en esto de determinar posibilidades—, de la adherencia a los tratamientos y, también, de una manera especial, del grosor de la capa más interna que recubre a la carótida, denominada íntima media, que según recientes investigaciones, podría convertirse, ella misma o por su relación con los otros factores de riesgo, en un indicador confiable de la probabilidad de que ocurra un desastre —cardiovascular, por supuesto—. Lo de la íntima media merece mención aparte; lo que sí debe decirse de inmediato es que los resultados de CARMELA están destinados a convertirse en un punto de referencia clave en materia de salud cardiovascular para la región, y para cada uno de los países participantes, pues la muestra es lo suficientemente representativa como para darle a sus conclusiones validez particular y general. Aunque ya se han dado a conocer resultados preliminares del estudio, se estima que para finales de este año se sabrá de los resultados definitivos. La comunidad médica espera con ansias. Un dato curioso es que, en Venezuela, la investigación se realizó en Barquisimeto, ciudad donde tiene sede Ascardio, la institución escogida por los organizadores.

Pero, ¿qué hay de nuevo, viejo? De nuevo quizás lo más importante es que se debe actuar sobre cada uno de los factores que inciden en el riesgo para efectivamente disminuir lo más que se pueda la posibilidad de que sea justamente el corazón el órgano que termine por apagar la vida. Resulta curioso, pero en los actuales momentos se está presenciando una disminución de los valores que se consideran normales cuando de presencia de colesterol y triglicéridos en la sangre se trata. De igual manera sucede con los valores de la tensión. Esto quiere decir que a medida que pasa el tiempo lo que antes se consideraba un rango aceptable —fuera de peligro—, ahora se ve como un poco —o definitivamente— alto. ¿Cuáles son los valores ideales? No todos están de acuerdo en la respuesta —y hasta podrían diferir de acuerdo a casos individuales—, pero lo cierto es que son cada vez más bajos. Pero sí hay algo realmente novedoso: cada vez se le está dando mayor importancia al papel benefactor que parece tener un buen nivel de colesterol bueno o HDL en la sangre. Quizás por ello los investigadores arrecian sus esfuerzos por confirmar que el “bueno” de la película, en efecto, ayuda a descongestionar de placa a las paredes de las arterias. De igual modo, es por esta razón que grandes esperanzas en la prevención del padecimiento cardiovascular están cifradas en el desarrollo de nuevos fármacos que ayuden a elevar el nivel del HDL en la sangre.

Colesterol HDL: la nueva frontera. Por años se ha repetido que es necesario bajar los conteos del colesterol. Los especialistas del corazón han apuntado sus esfuerzos, por lo general, a reducir el nivel del colesterol “malo” o LDL, pues desde hace décadas todos están convencidos de que manteniéndolo a raya se salvan vidas. Lo que los nuevos estudios han revelado, es que mantener un alto nivel de HDL en la sangre puede ser de igual importancia en materia de prevención, al punto de que se ha dado el caso de que personas con valores normales de colesterol, pero con notables deficiencias de HDL —lo normal acá es tener, por lo menos, 45 mg/DL, si se trata de un hombre, y 55 mg/DL, si es el caso de una mujer—, tienen mayores riesgos de sufrir una temprana enfermedad cardiovascular.

El chico bueno de la familia parece funcionar como el camión del aseo de un vecindario. Pasa por las arterias recogiendo el colesterol que tiende a almacenarse en las paredes, para luego llevarlo al hígado donde será finalmente metabolizado. Es tan bueno, que también parece tener efectos antiinflamatorios que le hacen muy bien a las arterias y, claro está, a la salud general del individuo. Lo realmente importante es que el colesterol de alta densidad parece no sólo detener sino revertir la acumulación de placa en las arterias (arteroesclerosis), lo que marcaría, sin duda, un nuevo camino de acción para luchar contra uno de los males que se lleva a más gente de este mundo. Algunos investigadores sostienen que por cada miligramo de aumento de HDL, el riesgo de sufrir una enfermedad del corazón disminuye entre 2 y 3%.

De lo que se trata, entonces, es de subir esos niveles. Lo que es no es una tarea fácil. Buenos resultados se obtienen al mejorar la dieta —incluir pescado, por ejemplo, por su contenido de Omega 3; nueces, almendras, aguacate, vino tinto, fibra—, dejar de fumar, perder peso y, sobre todo, hacer ejercicio —calculan que 90% del éxito se lo lleva este solo factor—, si bien siempre es difícil alcanzar aumentos realmente significativos. Se necesita mucha constancia y un verdadero esfuerzo por parte de las personas; en algunos casos, es realmente imposible lograrlo, por lo menos sin la ayuda de un medicamento. Por ello, varias empresas están trabajando en el desarrollo de drogas que cumplan con ese objetivo. Es el caso de Pfizer con torcetrapib, una molécula que luce prometedora en las primeras etapas de la investigación, y que ya se encuentra en la Fase III de desarrollo, lo que significa que ya la FDA ha empezado a recibir la documentación del proceso y ha dado permiso para seguir adelante. Este nuevo fármaco estaría a la venta en menos de cinco años, y, junto a otros similares, podría marcar el inicio de una nueva revolución en la lucha contra las enfermedades del corazón. La farmacéutica está estudiando lanzar al mercado a torcetrapib en combinación con Lipitor —una estatina, particularmente la atorvastatina— que, como todos saben, es un medicamento utilizado para bajar el nivel del colesterol malo en la sangre —y el número uno en ventas entre todos los fármacos a nivel mundial—. Así, con una sola pastilla se estaría “bajando” al malo, y “subiendo” al bueno... ¿Qué más se puede pedir?

Entonces, ¿qué espera? Ya lo sabe. Dé el paso. Calcule su riesgo y actúe en consecuencia. Hay factores que no se pueden modificar, como el hereditario; pero hay otros que dependen de su fuerza de voluntad. Aliméntese mejor, corra o practique algún deporte aeróbico, deje de fumar, controle la tensión, mantenga a raya a los triglicéridos y al colesterol (al malo, por supuesto)... si con alguno de ellos no puede, o mejor dicho, si así se lo indica su médico, apóyese en los medicamentos pensados para tales fines. En fin, haga algo por proteger a su corazón, por seguir escuchándolo latir sanito ahora que todo parece indicar que se vivirá por mucho más tiempo. De hacerlo, estará poniendo su grano de arena que hará perfectamente evitable la cifra de “infarto” con que se abrió este artículo. Vale la pena.


EL RIESGO CARDIOVASCULAR SE MULTIPLICA

Todos saben que tener altos valores de colesterol (dislipidemia) aumenta el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular (ECV), pero la situación se agrava si quien los presenta también es hipertenso o sufre de diabetes. En el gráfico puede observarse cómo se multiplica el peligro cuando coinciden los factores (áreas que se superponen). Así, si la persona padece de hipertensión y tiene el colesterol por encima de 260 mg/dl, su riesgo cardiovascular es 3,5 veces mayor al de un individuo sano de 40 años —la referencia— cuyo riesgo de desarrollar una ECV es de 15/1.000 (1,5%) en ocho años.

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