jueves, 26 de febrero de 2009

Pura vida

“Un hombre entró a un cementerio y pasó por un pabellón que le despertó mucha curiosidad, pues las lápidas tenían descripciones fuera de lo común. Una de ellas decía: ‘Aquí yace Alberto Pérez que vivió ocho meses y cuatro días’. Otra: ‘Juan, quien vivió siete meses y veinte días’. Unos pasos mas allá, otra placa rezaba: ‘Martha, quien vivió tres meses y doce días’.

La cantidad de inscripciones de esa clase le hizo suponer que estaba en un cementerio de niños. Y en ese momento vio venir a uno de los encargados del lugar y le preguntó:
- ¿Por qué anotan el tiempo que estos niños vivieron?
- ¿Por qué tantos niños muertos? ¿Acaso fue una epidemia?

El cuidador respondió:
- En este pueblo acostumbramos entregarle una libreta a cada joven en la adolescencia. En sus páginas deben anotar los momentos mas importantes de su vida y al frente el tiempo que duró ese disfrute. Desde entonces el chico registra los momentos que gozó intensamente y su respectiva duración. Casi todos describen, por ejemplo: la emoción de su graduación, los minutos que duró y lo que sintieron, la voz amable de los cumplidos recibidos, y el tiempo que duraron los sentimientos a ellos asociados. Así también las navidades, el primer beso, los cumpleaños, el día de su matrimonio, el nacimiento de su primer hijo, el viaje deseado, el encuentro repentino con un ser querido….. Y este, al final es el tiempo vivido, el tiempo que verdaderamente cuenta. Porque existimos para ser felices, para disfrutar de lo que nos rodea, para satisfacernos de ayudar a otros, para llenarnos de gozo por la labor cumplida, para crecer y estar en paz. Lo demás, amigo mío, no es vida”.

Me encanta este cuento, porque su reflexión nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo hemos vivido? ¿Cuántos momentos felices, de satisfacción y tranquilidad hemos experimentado y compartido? Y no para juzgarnos y evaluarnos de forma crítica e implacable, sino para hacernos otra pregunta: ¿Cómo vamos a vivir el resto de nuestra vida, de la misma manera? Pocas veces nos detenemos para pensar en la vida que llevamos. Nos levantamos e iniciamos una carrera llena de actividad frenética que, a lo largo del día, nos lleva a cumplir con el deber, la obligación y la responsabilidad, muchas veces sin que sepamos si nos sentimos a gusto con todo ello. Poco a poco, y sin darnos cuenta, nos vamos acostumbrando a ese estilo de vida serio y cargado donde la sonrisa, la esperanza, el buen humor, la espontaneidad, la gentileza, la camaradería, el disfrute, la contemplación, la capacidad de asombro y la observación van desapareciendo lentamente de nuestros días. Y, en la medida en que nos acostumbramos a esto, nuestra vida queda reducida a la mínima expresión. Perdemos el placer del contacto con los demás, la capacidad de compartir y disfrutar del cariño hacia nuestros seres queridos, ya no tenemos la motivación para soñar y levantarnos con la convicción de que podremos alcanzar nuestras metas personales, ya no nos detenemos a contemplar y llenarnos con la belleza de una flor, una puesta de sol o un cielo estrellado…

Nos acostumbramos a ahorrarle calidad a nuestros días, poco a poco se nos va gastando la vida y, al dejarnos envolver por la costumbre, nos perdemos la oportunidad de vivir con pasión.

¡Venzamos la costumbre, despertemos de ese letargo a donde nos llevaron la rutina, el estrés y el exceso de obligaciones!

Herramientas
Administra bien tu tiempo. Cumple con tus horas de trabajo, pero planifica en el resto de tu tiempo actividades para despejar tu mente, relajar tu cuerpo, y para compartir y disfrutar.

Manten una actitud positiva. Llena tu mente de pensamientos positivos, aprende a ver oportunidades y posibilidades, sonríe y espera siempre lo mejor.

Disfrutas las cosas pequeñas de la vida. Decide reconocer y resaltar el valor de las cosas positivas que le dan calidad a tus días.

Reserva un espacio para ti. Sin sentirte culpable planifica alguna actividad que te llene, que te divierta o te enriquezca esencialmente.

Busca la trascendencia. ¡Tu vida está ocurriendo ahora, vívela a plenitud! l

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