lunes, 9 de febrero de 2009

La fuerza de la generosidad

En estos tiempos tan materialistas y convulsionados por los cambios, la ambición de poseer y la necesidad de encontrar seguridad hacen que las emociones más negativas, como el temor, el egoísmo, la envidia, la venganza, la mentira, la indolencia, la apatía, la violencia… se desaten dentro de la mayoría de las personas, haciendo que su comportamiento equivocado sea la causa que mantiene y acrecienta el malestar general. Hay días en que salir a la calle nos da una sensación de estar en el medio de la jungla, donde el vivir para muchas personas se torna una tarea difícil de cumplir.

Cada día más, las ciudades se convierten en un vertedero de basura material y emocional, robándonos la posibilidad de tener espacios de calidad donde podamos disfrutar de lugares a salvo, donde los ciudadanos comunes puedan refugiarse para recuperar la tranquilidad, la confianza y la motivación necesarias, para seguir trabajando individualmente por el bienestar colectivo.

La generosidad y el altruismo forman parte importante de la naturaleza humana, y aun cuando la educación que recibimos durante la infancia y las condiciones que acompañaron nuestro crecimiento y desarrollo, hayan sido adversas y negativas, estos valores se encuentran dormidos dentro de cada uno de nosotros. La inclinación a la ayuda y el interés por el bienestar de los demás es innato en el ser humano.

Todos podemos recordar casos de personas que sacrificaron parte de su tiempo, de sus deseos e inclusive de sus necesidades y hasta su vida para ayudar a alguien, en momentos de emergencia. ¿El motivo? Esa inmensa fuerza interior, que nos impulsa a hacer actos generosos y heroicos por otros. ¿La recompensa? El placer inmenso de colaborar y contribuir, para mejorar la sociedad donde viven.

Son muchas las acciones generosas que podemos realizar a diario, como detenernos a ayudar a una persona que en la calle precisa atención, salir unos minutos más tarde del trabajo para colaborar con un compañero para terminar un trabajo urgente, preparar un par de platos extra de comida caliente para compartir con esas personas que sabes que lo necesitan, hacer algún tipo de colecta para reunir ropa y compartirla con otras personas más necesitadas que tú, participar en algún tipo de proyecto que trabaje por el bienestar de alguna comunidad cercana a la tuya, hacerte voluntario por unas horas a la semana en algún hospital público… La mayoría de las personas que tienen conductas generosas, comparten un mismo anhelo: el de inclinar la balanza para favorecer siempre a los más necesitados y contribuir con el bienestar de los demás.

La empatía es la capacidad de ser conciente de los sentimientos, del sufrimiento y de las necesidades de las personas. También nos permite colocarnos en el lugar de las demás, para comprender su comportamiento y muchas de sus reacciones. Aumenta nuestro nivel de tolerancia y nos ayuda a desarrollar la humildad suficiente que nos impide sentirnos superiores y desconectados de los demás. La generosidad es un camino para nuestro crecimiento personal.

Claves para hacer la diferencia
Sé generoso. Comparte y ofrécele lo mejor que tengas a quien lo necesita. La generosidad es la expresión de una infinita capacidad de amar. ¡No seas indolente!

Sé más tolerante. Acércate a los demás con una actitud abierta de respeto y aceptación. Recuerda que aun cuando no estés completamente de acuerdo con la forma de actuar o de reaccionar de los demás, cada persona, al igual que tú, tiene su punto de vista, su forma de pensar y su manera de actuar.

Siente gratitud. Piensa en todo lo bueno y lo positivo que has conseguido hasta este momento. Si analizas cada uno de tus logros verás que no habrían sido posibles sin la ayuda, el apoyo o la participación de otras personas.

Evita juzgar. Hacerlo motiva que las otras personas se sientan mas cercanas a ti y mas dispuestas a conversar y a compartir. Podrás verlas tal como son para comprenderlas y aprender siempre algo de ellas, a través del intercambio y la generosidad.

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