Cuando nuestros hijos son pequeños, escuchamos hablar de la adolescencia como si fuese una etapa difícil de atravesar con ellos, pero lo cierto es que llegamos a ella muy rápido y la mayoría de las veces sin estar preparados para poder apoyarlos durante ese proceso. Se nos crecieron los hijos y todavía los seguimos llamando niños... Y es que seguirán siendo nuestros bebés, aun cuando ya sean adultos y tengan sus propios hijos. Que difícil es admitir que han crecido... La mayoría de las veces tenemos problemas de comunicación y sobreprotección hacia ellos, a causa de que seguimos viéndolos como si fueran niños pequeños, y nos negamos a aceptar que están preparándose para vivir etapas de mayor responsabilidad en donde nuestro apoyo, información, comprensión y comunicación son imprescindibles para sobrellevar y salir exitosos de las pruebas que les depara la vida.
La adolescencia no significa una etapa de problemas para todos los jóvenes, por el contrario es una etapa maravillosa en la que descubrimos nuestra identidad, adquirimos una nueva visión del mundo, establecemos nuestras propias relaciones con amigos y, además, comenzamos a evaluar a las figuras de autoridad para definir nuestro lugar con respecto a ellas.
Si como adolescentes encontramos suficiente amor, apoyo, comprensión, respeto, espacio para la expresión de nuestros sentimientos, vivencias e ideas... contaremos con un hogar a salvo donde refugiarnos o fortalecernos para enfrentar esta nueva etapa de la vida. Además tendremos la fuerza y la madurez necesaria para manejar y evaluar las malas o buenas influencias que tengan los amigos y las circunstancias fuera de casa.
La calidad de relación que llegamos a tener con nuestros hijos, comienza a construirse desde la infancia, crear momentos de calidad para compartir con ellos, mantener una comunicación basada en escucharlos y conversar con ellos, sin juzgarlos o criticarlos sino tratando de comprender lo que están viviendo desde su posición, fomentar los momentos para intercambiar frases de cariño y reconocimiento, mostrarnos interesados en sus actividades y procesos personales hará que la relación se fortalezca y perdure la confianza en el tiempo.
La felicidad de tus hijos adolescentes depende en gran medida de la comunicación que tengas con ellos. Con tu amor incondicional lograrás que esa etapa sea menos dificultosa para ellos y para ti.
Cómo hacer de tu hijo un adolescente feliz
Anímalo con frecuencia. Cada vez que realice un esfuerzo positivo o alcance un logro, aunque sea pequeño, reconócelo. Dile frases como: "Lo hiciste muy bien", Eres muy inteligente", "Yo sabía que lo harías excelente"... Aprovecha la oportunidad para reforzar la confianza en su capacidad. Y si se equivoca o no cumple, dile lo que piensas y apóyalo para que corrija su acción errónea, sin tomarlo personal.
Dale responsabilidades. Recuerda que desde pequeño es importante que le asignes responsabilidades que se hagan más importantes en la medida en que crece y muestra que es capaz de cumplir con ellas. Explícale lo que tiene que hacer, cuáles son las reglas, con claridad, al final pídele que te repita lo que entendió para asegurarte que todo quedó claro. Confía en él.
Comparte momentos de calidad. Encuentra el tiempo para salir con tu hijo a compartir y conversar en intimidad sobre sus asuntos. Recuerda hacerlo como un amigo... sin emitir juicios o críticas ligeras acerca de sus comentarios. Es muy importante que sepa que puede confiar en ti y que estarás ahí siempre pase lo que pase, para escucharlo y apoyarlo.
Invita a los amigos de tus hijos a casa. Es importante que tus hijos sepan que son bienvenidos a casa con sus amigos. Establece reglas de comportamiento claras, amplias y firmes. De manera que sepan cómo comportarse y a qué atenerse. Cuando los jóvenes encuentran aceptación, cariño, respeto y buen trato en un lugar... sienten seguridad y placer de permanecer en él.
Exprésale tu afecto. A pesar de que te parezca que tu hijo ha crecido... sigue manifestándole tu cariño abiertamente. Usa frases cariñosas, gestos amables, una palmadita, un abrazo, un guiño de ojos... pueden ser suficientes para hacerlos sentir querido y pertenecientes a la familia. Es bueno que sepan que siempre los vamos a querer.
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