domingo, 15 de agosto de 2010

Vivir a plenitud

Hace unas semanas, durante un día de esos en que nos sentimos llenos de estrés, con mil cosas por hacer y todas atrasadas, al no poder conseguir un taxi disponible decidí caminar para cumplir con una cita importante. Al pasar por una tranquila y sombreada calle, con mi cabeza llena de preocupaciones y a paso apurado por el poco tiempo del que disponía, me llamó la atención un hombre que, con un gran sombrero de paja, arreglaba su jardín, mientras tarareaba una canción que no alcanzaba a entender.

En eso, cuando notó que lo observaba, me saludó y se dirigió hacia mí con una gran sonrisa.

Al notar mi desconcierto me dijo: "No se asuste mi señora -al tiempo que me mostraba dos espectaculares rosas amarillas que acababa de cortar-, ésta es para usted, bella dama, vea qué hermosura, y la otra es para mi esposa, que está dentro de la casa preparando una deliciosa merienda".

Sin darme tiempo a reaccionar me la entregó delicadamente y, en medio de mi gran sorpresa, sólo acerté a decir: "¡Gracias!, ¡muchas gracias!".

Así como vino, regresó a su casa, silbando y muy contento.

Quedé sorprendida... por unos instantes, el mundo recobró su color, dejando de ser gris, estresante y frenético. Me iluminé y mi actitud ante todo lo que tenía que hacer ese día cambió a partir de ese momento.

Un acto de amabilidad de alguien feliz tocó mi alma. Entendí que, muchas veces, abandonamos la tranquilidad y la felicidad por las preocupaciones diarias, las metas innecesarias, el deseo loco de posesiones, la moda, el qué dirán, la competencia... De pronto, mi velocidad bajó, mi estrés se disipó, mi cabeza se tranquilizó y, como por arte de magia, empecé a ver los grandes y verdes árboles que antes no había notado, las flores de colores intensos en los jardines, los pájaros que jugaban y hasta el malvado gato, que los acechaba... todo me parecía nuevo, percibía olores, sentía la brisa y los rayos del Sol. Y aunque los problemas y los asuntos pendientes aún estaban ahí, ya no me estresaban ni me agobiaban, la caminata se convirtió en un paseo, y empecé de nuevo a disfrutar de lo simple, lo apacible y lo verdaderamente importante.

Y, sin ninguna culpa, cancelé todas las citas que tenía pendientes y regresé a casa, mi hija se sorprendió al verme tan pronto de regreso, le entregué la rosa y le dije sonriendo, pero muy determinada, mirándola a los ojos: Se acabó el estrés y la corredera, vamos a disfrutar una nueva vida...

Tu tambien puedes hacerlo...la vida es una sola y hay que disfrutarla y vivir a plenitud de una manera sana!!
;) Bye Chao!

Jackie


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