jueves, 3 de septiembre de 2009

TE PREOCUPAS DEMASIADO

Si detuviéramos por un momento nuestra carrera diaria e hiciéramos un inventario de nuestra vida, descubriríamos que hemos vivido gran parte de ella llenos de preocupación, temor o estrés. Cuántas veces pasamos noches en vela preocupados por cosas que sólo estaban en nuestra mente y que nunca pasaron; cuántos miedos nos paralizaron sin razón; cuánto estrés nos consumió sin necesidad.

Cuando atravesamos por un período lleno de preocupación, el agotamiento y la ansiedad nos quitan la claridad mental que necesitamos para tomar las decisiones acertadas y así solucionar de la mejor manera la situación que nos inquieta. Además, nos impiden reconocer y disfrutar los aspectos positivos que tiene nuestra vida.

No vale la pena preocuparnos por algo que no ha ocurrido todavía y de lo que no estamos seguros de que ocurrirá, imaginando la situación de la peor manera, influenciados por miedos, rumores, noticias negativas o comentarios pesimistas. Más bien deberíamos ocuparnos de tomar las decisiones y las acciones necesarias para enfrentar lo que nos inquieta, resolviéndolo de la mejor manera, y así minimizar sus posibles efectos y consecuencias.

Quizá no podamos evitar que aparezcan preocupaciones, pero sí decidir qué hacer con ellas. Es preciso aprender a tratar las preocupaciones como lo que son: ideas sobre un futuro incierto, pero que, en verdad, no son el futuro en sí. De hecho, en cuanto aparece una inquietud podemos decidir entre alimentar el temor o ponerle límites lo más rápidamente posible, antes de que tome fuerza y nos agobie.

Ante el primer síntoma de preocupación debes proceder a poner límites, hay que sentarse con la mayor tranquilidad posible e identificar el problema. Escríbelo sobre un papel para sacarlo de la cabeza, y luego analízalo objetivamente, sin emociones. Pregúntate: ¿Qué es lo peor que puede suceder? Imagina el peor escenario con tranquilidad y sin miedo, acéptalo, tú puedes soportarlo. Luego, ante esta "terrible situación imaginaria", plantéate la segunda pregunta: ¿Qué puedo hacer para mejorar o solucionar la situación? Si hay algo que puedas hacer, ponte en acción inmediatamente, sino, crea una estrategia para minimizar sus posibles efectos. Recuerda que, pase lo que pase, tú estás en capacidad de afrontarlo y resolverlo de la mejor manera.

Deja de seguir preocupándote, y decide vivir en el presente, atento -y consciente- a cada evento que ocurra en tu vida, dispuesto a reconocer y a resaltar cada aspecto positivo de la situación que experimentes, dándote el permiso y la posibilidad de aquietar tus emociones y dejando salir tus pensamientos negativos de la mente sin detenerte a prestarles atención. Deja de darles vueltas en tu cabeza a los problemas

y a las preocupaciones, pues así sólo lograrás que se hagan más grandes y graves
de lo que son.


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