He tenido unos días llenos de mucha actividad debido a un proyecto en el que estoy trabajando; me sentía actuando como con un piloto automático. Esto me hizo reflexionar acerca de la velocidad con la que vivimos cada día, tratando de ser más eficientes y productivos haciendo varias cosas a la vez, como si creyéramos que el tiempo pasa más rápido de lo que somos capaces de aprovecharlo; sin darnos cuenta de que exageramos al ocuparnos de tantos asuntos, hablando por el celular mientras manejamos, y además tratando de encontrar una dirección, pensando en que tenemos que recoger a nuestra hija del colegio e ir al banco. Al final del día experimentamos una sensación de cansancio, de vacío y hasta de un poco de frustración por no haber podido cumplir con las diez mil cosas que nos habíamos propuesto realizar, y que quedarán pendientes.
Cuando actuamos de esta manera, no sólo dejamos de ser eficientes, sino que además perdemos la capacidad de reconocer las cosas verdaderamente importantes, para poder diferenciarlas de las urgentes o de las que no son absolutamente necesarias, y así poder ocuparnos sólo de lo importante, con calma, concentración y excelencia. Por supuesto, al dejarnos llevar por esta especie de compulsión que nos lleva a no parar, nos sentimos agobiados, cansados, estresados y malhumorados. A partir de ese momento nos transformamos, no sólo nos presionamos a nosotros mismos, sino que comenzamos a hacerlo con los demás, nos volvemos exigentes, críticos y hasta agresivos, al no poder cumplir con el exceso de cosas que tenemos pendientes en el momento en que queremos hacerlo. Y si alguna persona trata de ayudarnos o nos sugiere que nos calmemos es peor, pensamos que no entiende nada o que simplemente no le interesa resolver el asunto.
Necesitamos rescatar el significado de una palabra sencilla, pero importante, que nos permite recuperar la calma: la paciencia.
Para algunas personas la paciencia es sinónimo de pasividad, de inactividad, de indolencia y, por supuesto, de fracaso. Pero en realidad la paciencia es el antídoto contra el estrés y la pérdida inútil del tiempo, pues nos ayuda a mantener el equilibrio que nos da la claridad mental para analizar las cosas de una manera más objetiva, nos permite hacer uso de nuestras capacidades y de los recursos que tenemos, brindándonos la capacidad de hacer mejores elecciones para actuar con más eficiencia.
Cuando bajamos la velocidad, el mundo se convierte en un lugar más amable, las relaciones con los demás fluyen con más comprensión y tolerancia, disfrutamos de lo que hacemos. Los problemas y el fracaso se convierten en parte del proceso para crecer y conseguir el éxito. Recordemos que hay un tiempo para cada cosa y que lo mejor está aún por llegar.
Claves para manejar el tiempo
Planifica. Toma en cuenta el tiempo real para cumplir con tus asuntos pendientes y considera la disponibilidad de las personas con la que necesitas contar para hacerlo. Usa el teléfono y el Internet; esto te ahorrará tiempo.
Concéntrate en el aquí y ahora. Cada vez que la impaciencia se manifieste en forma de nerviosismo, pregúntate qué puedes hacer en ese momento para ser más eficiente. Si se te ocurre algo nuevo, hazlo y si no, respira profundo y piensa en que ya estás haciendo tu mejor esfuerzo.
Acepta lo inesperado. No te quedes pegado pensando en lo que pudiste hacer para evitarlo, ni tampoco profundices en el análisis de los aspectos negativos de la situación, pues esto hará que la percibas con más gravedad y que te sea más difícil de asumir y resolver. Piensa en cómo puedes solucionarla y hazlo.
No permitas que el estrés se apodere de ti. Si hiciste lo que tenías que hacer y no lograste cumplir todas las actividades pendientes, no te preocupes ni te desesperes, siempre habrá otro momento para hacerlo.
Cuando actuamos de esta manera, no sólo dejamos de ser eficientes, sino que además perdemos la capacidad de reconocer las cosas verdaderamente importantes, para poder diferenciarlas de las urgentes o de las que no son absolutamente necesarias, y así poder ocuparnos sólo de lo importante, con calma, concentración y excelencia. Por supuesto, al dejarnos llevar por esta especie de compulsión que nos lleva a no parar, nos sentimos agobiados, cansados, estresados y malhumorados. A partir de ese momento nos transformamos, no sólo nos presionamos a nosotros mismos, sino que comenzamos a hacerlo con los demás, nos volvemos exigentes, críticos y hasta agresivos, al no poder cumplir con el exceso de cosas que tenemos pendientes en el momento en que queremos hacerlo. Y si alguna persona trata de ayudarnos o nos sugiere que nos calmemos es peor, pensamos que no entiende nada o que simplemente no le interesa resolver el asunto.
Necesitamos rescatar el significado de una palabra sencilla, pero importante, que nos permite recuperar la calma: la paciencia.
Para algunas personas la paciencia es sinónimo de pasividad, de inactividad, de indolencia y, por supuesto, de fracaso. Pero en realidad la paciencia es el antídoto contra el estrés y la pérdida inútil del tiempo, pues nos ayuda a mantener el equilibrio que nos da la claridad mental para analizar las cosas de una manera más objetiva, nos permite hacer uso de nuestras capacidades y de los recursos que tenemos, brindándonos la capacidad de hacer mejores elecciones para actuar con más eficiencia.
Cuando bajamos la velocidad, el mundo se convierte en un lugar más amable, las relaciones con los demás fluyen con más comprensión y tolerancia, disfrutamos de lo que hacemos. Los problemas y el fracaso se convierten en parte del proceso para crecer y conseguir el éxito. Recordemos que hay un tiempo para cada cosa y que lo mejor está aún por llegar.
Claves para manejar el tiempo
Planifica. Toma en cuenta el tiempo real para cumplir con tus asuntos pendientes y considera la disponibilidad de las personas con la que necesitas contar para hacerlo. Usa el teléfono y el Internet; esto te ahorrará tiempo.
Concéntrate en el aquí y ahora. Cada vez que la impaciencia se manifieste en forma de nerviosismo, pregúntate qué puedes hacer en ese momento para ser más eficiente. Si se te ocurre algo nuevo, hazlo y si no, respira profundo y piensa en que ya estás haciendo tu mejor esfuerzo.
Acepta lo inesperado. No te quedes pegado pensando en lo que pudiste hacer para evitarlo, ni tampoco profundices en el análisis de los aspectos negativos de la situación, pues esto hará que la percibas con más gravedad y que te sea más difícil de asumir y resolver. Piensa en cómo puedes solucionarla y hazlo.
No permitas que el estrés se apodere de ti. Si hiciste lo que tenías que hacer y no lograste cumplir todas las actividades pendientes, no te preocupes ni te desesperes, siempre habrá otro momento para hacerlo.
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