domingo, 29 de junio de 2008

APURE, imposible no quererte









Cargar un caimán, fotografiarse con una anaconda, pescar pirañas, cabalgar por la sabana, asistir a una fiesta inolvidable... Estampas disfrutó unos días en medio del auténtico llano venezolano.


r a Los Llanos es siempre una experiencia inolvidable. Sus verdes sabanas, colmadas de vida, son un obsequio sin igual. Así es Apure, una reliquia sagrada para la naturaleza. Allá fuimos, cruzando el Páramo merideño, atravesando el calor de Barinas, y adentrándonos en las venas de este hermosísimo estado, recorriendo largas carreteras hasta llegar a Rancho Grande, una modesta posada a orillas del Caño Guaritico, adonde Guamanchi Expeditions nos invitó en una excursión de cuatro días para conocer, cara a cara, el Llano venezolano.
Descanso sabaneroLlegamos a Rancho Grande cuando ya la tarde había caído, y el cansancio de un día entero de viaje nos obligó a reposar en nuestras hamacas tan pronto como cenamos. Las noches llaneras son apacibles y frías, especialmente en la época de lluvia. Así dormimos, mientras en el caño se oía a los caimanes cazar a cuanta presa desprevenida se hallaba dentro del agua. A la mañana siguiente amanecieron los reptiles tendidos sobre la orilla, llenas sus panzas, y eCabalgando la tardeA mediodía regresamos a la posada para almorzar. Entonces nos preparamos para la anunciada salida en caballos. Nos convertimos, de un soplo, en auténticos llaneros. Pantalones de jean, botas altas, camisas, y la actitud de hombre de la sabana. Cabalgamos dichosos sobre aquellos animales. Hicimos un recorrido de una hora aproximadamente, pues preferimos acortar el paseo para ir en busca del escondidizo oso hormiguero.
Debimos tomar otra vez el 4x4, y tras hora y media de camino fue imposible encontrarlo. Es muy difícil verlos, nos dijeron. Lo que sí hallamos fueron dos osos meleros, muy parecidos al hormiguero, sólo que más pequeños, marrones y con un innegable aire de peluche.
También esta vez apreciamos un atardecer maravilloso. El sol caía tan anaranjado como el día anterior. Parecía una réplica fantástica. Dentro del carro, los viajeros disfrutábamos de una camaradería quizá promovida por el mismo entorno. Tanta belleza a nuestro alrededor no podría menos que crear espontáneos lazos de amistad, pues aunque perfectos desconocidos, estábamos compartiendo experiencias inolvidables.sperando que los primeros rayos del sol comenzaran a calentarles la vida.
Tras desayunar, Guamanchi nos llevó en rústico a un tramo profundo del Guaritico. Allí, no sin antes ver los primeros araguatos del viaje, subimos a un bote a motor para navegar aquellas aguas que, a veces, daban la impresión de no tener un lugar más para otro ser vivo.
Decenas de caimanes yacían por todos lados, aparecían y desaparecían junto a la lancha, y luego surgían las nutrias, los delfines de agua dulce, las tortugas, los galápagos, y una familia de chigüires que tomaba su baño tempranero.Sobre nosotros, al mismo tiempo, aves de todos los tamaños, colores y especies volaban en múltiples direcciones. En esas estábamos cuando Carlos Solano, nuestro guía rastafari, se lanzó al agua a todo riesgo. Tardó varios segundos en emerger nuevamente, y cuando lo hizo, sacó en alto la extraña tortuga "Mata mata", la más rápida del mundo, y quizá la más extravagante también. Su caparazón parece la espalda de un cocodrilo, su cuello es largo, su cabeza casi cuadrada, y apenas se le distinguen un par de ojos y una boca grande y delgada, cual sonrisa siniestra.A todas éstas, de fondo se oía el bullicio agradable de los pájaros, y el chapotear de los animales ocultos en el caño. De pronto, Ramón, amable, enérgico y gracioso guía local, bajó como un rayo del bote para regalarnos un encuentro cercano con un caimán de dos metros, aproximadamente. Con la soltura de un llanero le enlazó las mandíbulas, y así todos lo vimos casi cara a cara, lo tocamos, y algunos no aguantamos la tentación -era de suponerse-, y lo cargamos cual bebé recién nacido.La sensación de tenerlo en los brazos es temeraria, pero inolvidable. Podía sentir la fuerza de su respiración apretándome el pecho, y su cuero grueso, áspero, parecía una lona de piedra.


Naturaleza vivaMás adelante, tras dejar al caimán, seguimos contemplando la variedad silvestre del estado Apure. Paramos para almorzar, y tras una siesta necesaria, regresamos a recorrer el Llano. Esta vez nos fuimos en rústico 4x4, a través de la sabana, en busca de la fauna más autóctona de la región. Fue así como nos topamos con la primera anaconda del viaje. Ramón la vio con ojos de águila a unos cincuenta metros de distancia. Era pequeña, un metro y medio más o menos, pero nos regaló la oportunidad de colocarla sobre nuestros hombros -¡quizá lo último que uno debería hacer con una anaconda!. No estaba enfadada, se dejaba llevar, explorar, y era fácil sentir su fina musculatura moviéndose bajo la piel.
Tras unos minutos la dejamos y continuamos llano adentro. Así presenciamos una tarde espectacular. La sabana ofrecía unos paisajes hermosos, apenas si alcanzaba la vista para mirar tanta belleza. Lagunas verdes y azules se mostraban a cada rato, comunidades de chigüires se exhibían junto al camino, y bandadas de pájaros volaban y volaban. Tal vez suene repetitivo, pero en realidad la abundancia de fauna en este viaje no hacía más que multiplicarse, redundaba, pues, como quizá redunden estas recurrentes imágenes descritas.


El sol cayó, anaranjado, sobre el horizonte. Los animales parecían recogerse sabiendo que ya llegaba la noche. Nosotros igual regresamos a la posada, donde Ramón y sus amigos, con el entusiasmo de unos niños, nos ofrecieron un agradable recital llanero. Con cuatro en mano, entonaron las típicas canciones del sentir criollo, contrapuntearon, bailaron. Al final, cansados tras un gran día, volvimos a las hamacas.
¡A despertarse!En el Llano parece que amanece más temprano. La mañana se ilumina desde antes de las seis, y la ilusión de un nuevo día de aventuras nos saca inmediatamente del sueño. Desayunamos bastante bien, y nos fuimos nuevamente hacia el Caño Guaritico. Allí nos adentramos en otra dirección para seguir viendo la flora y la fauna, y para llegar a un remanso donde pescaríamos nuestra cena: nada más, y nada menos, que pirañas.


¡A zapatear!Finalmente regresamos a la posada. Cenamos, una ducha, y nos preparamos para salir, ya casi a las diez de la noche, a un hato cercano, donde nos dijeron se armaría una auténtica fiesta llanera. Asistir era irresistible.
Llegamos y, en efecto, arpa, cuatro, maracas, cantantes, bailadores, todos zapateaban al ritmo de la música venezolana. Era como una gran reunión familiar, con la amabilidad desbordada en todos lados,y un sentimiento nacional que retumbaba en el ambiente.
Nunca había asistido a una fiesta como esa, y realmente, es allí cuando uno se siente tremendamente venezolano, y más aún, orgulloso de serlo. Felices, regresamos a la posada mucho después de la media noche. El llano estaba sereno, silente, y así se mantuvo durante toda la madrugada.
A la mañana siguiente salimos muy temprano de regreso a Mérida, cruzando el calor de Barinas y subiendo de nuevo El Páramo Andino. Nuestra aventura había terminado. De aquel grupo de viajeros, quince en total, yo era el único venezolano. Seis japoneses, una canadiense, un australiano, cuatro franceses, dos irlandeses y yo. Así que no podía menos que jactarme de mi país, sólo yo podía hacerlo. No paraba de enaltecer sus paisajes hermosos y sus animales fantásticos. "Es como un gran zoológico", dijo en algún momento un francés. Y en efecto así parecía, era como un gran parque temático, hermoso, bien conservado, pero tristemente desconocido por la mayoría de los venezolanos, que ni saben que existe un sitio como éste, a tan sólo unas horas de Caracas, o de Mérida, y muy cerca de Barinas. Sin duda es un lugar excepcional, otra razón para amar a Venezuela.


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