viernes, 16 de mayo de 2008

Vacunas de la lepra y la leishmaniasis


Dr. Jacinto Convit De origen catalán, tiene 89 años, es casado y padre de tres hijos. Pertenece a la elite de médicos locales, es director del Instituto de Biomedicina del Hospital Vargas, en Venezuela, estuvo postulado al Premio Nobel de Medicina y recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1987. Dirigió a los equipos que descubrieron las vacunas de la lepra y la leishmaniasis: “Ellos seguro que son mejores que yo”. Aún trabaja cada día en nuevas investigaciones.
"Lo más feo de la lepra es el nombre. Lo segundo más feo es la ignorancia sobre este asunto"
El vigilante del estacionamiento del Hospital Vargas es un sujeto muy estricto. “Estos puestos están reservados”, advierte a todo aquel que intenta penetrar su territorio. “Vengo a entrevistar al doctor Jacinto Convit”, se desliza como posible salvoconducto. “Ahh, si es con el doctor Convit, sí. Y por favor, dígale que el señor del estacionamiento le dejó entrar sólo por él”, pide con su sonrisa de media dentadura. Para los trabajadores del hospital, Convit es un emblema de abnegación. Y eso que aún no saben que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo acaba de distinguir con el título de Héroe de la Salud Pública de las Américas; está claro que ellos no necesitan conocer la noticia para admirarlo y hacer concesiones en el estacionamiento a su nombre. Las vacunas contra la lepra y la leishmaniasis –ambas afecciones que producen ingratas lesiones en la piel y el espíritu– son aportes del médico y su equipo investigador a la salud pública del planeta. Lo más feo de la lepra es el nombre. Lo segundo más feo es la ignorancia sobre este asunto. Más que el largo y engorroso proceso para dar con la vacuna –que ya tiene más de 25 años–, Convit lideró una cruzada en contra de las leproserías –pavorosos lugares donde confinaban a los enfermos– y la indiferencia gubernamental ante a la afección: “Nadie quiere oír hablar de esta enfermedad. Nosotros acabamos con las leproserías e hicimos una conspiración contra los sistemas de aislamiento involuntario”, dice Convit, cabello, cejas y bata blanquísimos. Un cóctel de BCG (vacuna antituberculosa que actúa como adyuvante para estimular la respuesta inmune del paciente) con Mycobacterium leprae (bacteria muerta por calor cultivada en el armadillo) conforman la vacuna. Hoy en día, con la aparición del tratamiento de poliquimioterapia se detuvo la producción de vacunas, aunque ésta es una medicación no preventiva y la incidencia de la enfermedad sigue en aumento. Por lo tanto, la OMS está promoviendo investigaciones sobre nuevos protocolos de vacunas contra la lepra. El modelo venezolano creado por Convit está reconocido por el departamento de Tropycal Disease Research de la OMS y ha sido aplicado exitosamente en países tan críticos como la India. En el caso de la leishmaniasis, a partir de 1987 desarrollaron en el Instituto de Biomedicina –templo de estudios criollos dirigido por Convit– otra mezcla también con BCG como adyuvante y promastigotes de Leishmania mexicana. “La creación de vacunas como la de la lepra y la leishmaniasis es sencilla. Nada de ingeniería genética. Es un procedimiento casi culinario. Todos los esfuerzos están dirigidos a buscar la felicidad del individuo”, asegura Convit con sus ojos azules sin edad.

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