domingo, 13 de febrero de 2011

El que espera, desespera




Cada día me convenzo más de que no podemos esperar que los demás piensen, analicen, resuelvan o interpreten las cosas del mismo modo como lo haríamos nosotros. Es sorprendente ver cómo frente a una misma situación todos los involucrados reaccionamos de forma diferente. Tener esto en cuenta puede hacer una gran diferencia al momento de relacionarnos con otras personas, sobre todo si vamos a realizar algún proyecto juntos.

Tenemos un grupo de amigos trabajando juntos para sacar adelante un negocio muy especial. A pesar de que cada uno de ellos tiene un rol diferente, las expectativas no se cumplen y, muchas veces, la amistad que debería ser una ventaja, hace que unos evadan sus responsabilidades amparados en el nivel de relación, confianza y camaradería que existe entre ellos. Y, por supuesto, han comenzado a surgir, los reclamos, las justificaciones y el malestar…

Como a ellos, puede sucedernos que la expectativa nos impida encontrar la solución para nuestros desacuerdos y diferencias, potenciar todos los elementos positivos que tenemos y, por ende, disfrutar de lo que estamos haciendo juntos. ¿Cuántas veces nos molestamos y discutimos con las personas queridas porque no supieron resolver una situación como lo hubiéramos hecho nosotros o, simplemente, nos desanimamos y nos frustramos, cuando ellos no aprecian y valoran nuestras sugerencias? Estarán ellos en capacidad de comportarse tal y como a nosotros nos gustaría que lo hicieran… No podemos asumir que así será, pues cada uno de nosotros es un individuo único y especial con características, gustos, intereses, criterios y puntos de vista completamente personales.

Si tuviéramos presente esta idea al momento de relacionarnos con los demás, tendríamos menos roces y vacíos, porque estaríamos más dispuestos a aceptarlos como son, con sus limitaciones y cualidades. Estamos a tiempo de revisar nuestras relaciones, en especial las que mantenemos con nuestros seres más queridos, para preguntarnos si realmente les hemos permitido expresar sus ideas, deseos y capacidades sin límite.

Para que las relaciones funcionen y nos sintamos a gusto debemos aprender a exteriorizar nuestros verdaderos pensamientos, sentimientos y necesidades, pues sólo así la otra persona podrá conocernos y darnos aquello que realmente queremos. De lo contrario, nos sucederá que viviremos la relación sólo desde nuestro punto de vista, con falsas expectativas, exigencias y frustraciones. No hagamos juicios o imágenes mentales de la actitud o el comportamiento que suponemos tendrán las demás personas. Hablemos claramente acerca de nuestras ideas, necesidades o expectativas, y así evitaremos los desacuerdos y los conflictos que normalmente mantenemos con ellas.



Estar abiertos para conocer, aceptar y respetar el punto de vista del otro, tomando en cuenta las diferencias personales, nos llevará a ser más tolerantes y comprensivos y, al mismo tiempo, nos permitirá aprender , crecer y enriquecer nuestra vida.










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