miércoles, 10 de febrero de 2010

A veces es preciso derribar algunos muros

En la vida todos solemos construir grandes muros, a veces incluso muy bellos, pero que nos dificultan ver el Sol. Tenemos demasiados muros que nos impiden ver a los demás. Incluso ponemos muros que no nos dejan ver ni a aquellos que están a nuestro lado.
El muro de "yo soy así", que nos impide ver y aceptar a los demás como ellos son.
El muro de "yo pienso que las cosas tienen que ser así", que nos impide respetar el modo cómo las ven los demás, como si fuésemos los únicos que tenemos ojos para ver, y gusto para discernir.
El muro de "a mí no me cambia nadie", que nos impide ver la luz de la verdad que los demás quieren irradiar sobre nosotros, perdiendo las señales que cada día Dios nos envía a través de los acontecimientos de la vida.
El muro de "yo soy el jefe", que nos impide ver que los demás también piensan, y que tienen cabeza.
El muro de "las cosas que tengo y he conseguido en la vida", que nos cierra a la luz que Dios nos envía a través de las necesidades de los demás.
El muro de "mis tristezas y preocupaciones", que nos cierra sobre nosotros mismos y nos impide abrirnos a la alegría de la vida.
El muro de "yo hice tal cosa y ya estoy marcado para siempre", el cual nos impide el gozo y la alegría de saber que el pasado ya no existe y que lo existe es el presente y el futuro que está amaneciendo.


En la vida no siempre es cuestión de construir. A veces es preciso destruir. Cuando todo lo veamos oscuro, pensemos si no habrá algún muro que nos impide la claridad.

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