'Un gerente tuvo una discusión muy fuerte con el dueño de la compañía, pues fue responsabilizado injustamente de no haber logrado las metas esperadas debido a problemas ajenos a la empresa. Éste llegó a su casa de mal humor y gritó a su esposa porque no estaba lista la cena, ella quiso justificarse, pues se había dañado la cocina, pero él ni siquiera la escuchó. La señora fue a la cocina y gritó a la empleada porque la comida que estaba preparando no era su preferida, a pesar de que horas antes ella misma había elegido el menú. La empleada, que era una persona amorosa y comprensiva, no le reclamó su maltrato, sólo le sonrió mientras le decía: 'Señora, le prometo que mañana le haré su comida favorita y estará una hora antes de lo acostumbrado. Ahora discúlpeme, pero me gustaría cambiar las sábanas de su cama por unas más limpias y frescas, para que usted y su esposo puedan descansar en paz. No se preocupe, mañana se sentirá mejor. En ese momento se interrumpió el círculo de la intransigencia, al chocar contra la tolerancia, la comprensión, la inteligencia y el amor".
Hace poco, en una reunión se inició una discusión entre dos amigos. Cada uno le daba razones y explicaciones al otro para mostrarle que estaba equivocado. Cuando el tono de la discusión se elevó y comenzaron a gritarse, alguien trató de intervenir para calmarlos, pero lo callaron diciéndole que no se metiera. Al final, los dos quedaron enemistados y molestos y los demás quedamos con una sensación incómoda por lo sucedido.
Esto me hizo pensar en que a veces caemos en la trampa de querer demostrar que los otros están equivocados y que somos nosotros los que tenemos la razón. Nos sentimos tentados a apoderarnos de ella sin pensar en el costo que tendremos que pagar desde el punto de vista de la amistad, el dinero, el tiempo, la dignidad o la paz mental. El ego agrandado siempre quiere estar en lo cierto y se aferra a las ideas, opiniones y creencias por equivocadas que pudieran ser. El juego consiste en ser siempre dueños de la verdad, y en pensar y hacer notar que los demás están equivocados, sin considerar que de la misma manera en que no queremos estar de acuerdo con algunas personas, no todo el mundo debe estar de acuerdo con nosotros.
Hay muchas personas agresivas que están predispuestas a discutir, gritar y agredir a otras porque se creen dueños de la verdad. Toda su energía está concentrada en debatir y en tratar a toda costa de desacreditar las ideas y el planteamiento de los demás.
No vale la pena, de ninguna manera, vernos involucrados en una discusión que de seguro no nos llevará a ninguna parte; en la que no tenemos la posibilidad de convencer a nadie, por más importantes que sean los hechos y lo bien que expongamos nuestros argumentos. Además, poniendo en riesgo nuestra tranquilidad, seguridad, tiempo y energía.
Oponerte a ellas les dará más fuerza y agresividad. Nunca entenderán razones, y pondrán más resistencia cuando trates de influir con buenos argumentos en su forma de pensar y de actuar. Si tienes que dejar algo en claro, hazlo y déjalo así; evita insistir en una discusión estéril que, en lugar de llevarlos a establecer algún tipo de acuerdo o de solución, se convierta en una pelea entre las partes. Es más inteligente que aprendan por sí solos; la mejor manera de convencer a un cabeza dura de que está equivocado es dejar que se salga con la suya y se estrelle con sus consecuencias.
Siempre que te encuentres metido en una discusión, trata de salir lo más rápidamente de ella. Puede que sientas la tentación de seguir adelante, creyendo que hay posibilidad de convencer al otro. ¡No caigas en la trampa!
Dejar que alguien te moleste es permitir que te controle y que tenga poder sobre ti. Mantenerte sereno siempre te permitirá actuar de la mejor manera.
Muchas veces compartir la razón nos da la posibilidad de mantener una buena relación y de disfrutar de un mayor bienestar.
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