En Bolívar se halla este espectáculo de verde, agua y tierras prehistóricas que marca a todo quien lo visita. La proximidad de la Semana Santa es buena ocasión para recordar que es un destino que habrá de tenerse en agenda Texto y fotos: Johan Ramírez
En la Piedra de La Virgen comienzael Parque Nacional Canaima
El viaje es largo, pero vale la pena. Antes de llegar al primer monumento de esta maravilla natural, se deben atravesar largos caminos, rectas infinitas y varios tipos de paisajes, pero, al final de ellos, en el medio de una carretera boscosa, se encuentra La Piedra de La Virgen, una roca enorme y sólida, abrumadora, oscura y con la aparente efigie blanca de una santa.
La parada a sus pies es obligatoria, al igual que las fotografías y el asombro. Tras unos minutos de contemplación, continuamos el viaje, recorremos algunos kilómetros más, varias curvas rodeados de montañas y, de pronto, llegamos a la cima, terminamos de subir la carretera y se abre ante nuestros ojos la inmensidad de un lugar, de un momento, de un sentimiento inolvidable. Allí está, como extendida por una mano superior, teniendo por límites la capacidad del ojo humano, pintada de un verde fabuloso, matizada con montañas, cerritos y montones de árboles diminutos o gigantescos, quién podría decirlo en la distancia. Al fondo, haciendo gala de una belleza exagerada, se muestra impecable el primer tepuy de nuestra aventura. Entonces algo es evidente: dejamos atrás el resto del mundo, y entramos a La Gran Sabana.
Para no olvidarLa visión del primer tepuy es muy extraña. Por un lado hay emoción, alegría, sorpresa, ganas de llorar, ganas de reír, de pararse a mirarlo eternamente. Pero, por otro lado, da la sensación de encontrarse con algo que nos ha pertenecido desde siempre y que, más allá de las cientos de fotografías vistas anteriormente, es un paisaje familiar, conocido. A fin de cuentas, un instante para la reconciliación. Descendemos un poco y hacemos la primera de muchas paradas en La Gran Sabana. Se trata del Monumento al Soldado Pionero, en la Sierra de Lema. Desde allí se ve una vastedad de tierra verde maravillosa, inmóvil, inmaculada. Literalmente se oye el sonido del silencio.
Una noche en La SabanaComo ya caía la tarde, lo mejor fue acampar a orillas del río Aponwao, una zona de camping con el mismo nombre. Allí hay un cálido sitio donde se puede comprar comida y bebida, utilizar los baños sin costo, darse una ducha, o meterse de cabeza en el río.
En la noche, ya listos para dormir, un espectáculo visual nos arrebató el sueño. Fuera de la carpa, tapizada a lo largo y ancho del espacio, se encontraba la inconfundible Vía Láctea. Las estrellas se veían nítidas, casi al alcance de la mano. A nuestro alrededor todo era oscuridad, y el silencio seguía allí, acariciándonos los sentidos, para que olvidáramos las tensiones diarias de la vida urbana.
Sale el sol en AponwaoA la mañana siguiente continuamos camino. Era nuestro primer amanecer en La Sabana, sin duda, una experiencia inolvidable. El cielo se pintaba de rosado y azul, las aves anunciaban su paso sobre nosotros, y el Aponwao estaba frío como río andino. Seguimos rumbo al corazón de La Gran Sabana, sobre el lomo de la Troncal 10, una carretera hermosa, perfectamente pavimentada, sin imprevistos, sin sorpresas, que a cada rato nos asoma un cartelito que indica los kilómetros que se han recorrido desde que comenzó ("723", dice en la llegada a La Piedra de la Virgen). Con el tiempo, ella se hace una más dentro de los compañeros del viaje.
Aquella mañana decidimos ir en dirección a Kavanayén. La primera condición ha de ser un vehículo rústico. El camino es de tierra, y muy irregular. Hay tramos fangosos, en los que carros sin doble tracción pueden quedar atascados. El trayecto hasta el lugar es muy hermoso, pues en realidad, a medida que avanzamos, nos adentramos por las venas de La Gran Sabana.
Pasamos junto a montañas que parecen cubiertas de fieltro, cruzamos quebradas e inofensivos riachuelos, visitamos un par de comunidades indígenas, nos detuvimos a saludarlas, y así conocimos a Elva Delgado, madre de ocho hijos, cabello lacio y negro azabache, quien nos pidió que le trajéramos velas cuando viniéramos de regreso. Todavía no tienen electricidad, y si un día usted decide ir por esta vía, no olvide llevar algo de ropa, linternas, baterías, cobijas o colchones para regalar. Son pobres, y siempre están necesitando cualquier cosa.
Una vez en Kavanayén, con el Sororopán Tepuy al fondo, se puede visitar la casa de las misiones, tomar una excursión a los saltos que rodean al poblado, comer e, incluso, dormir en alguna posada.
Nosotros regresamos a Aponwao cuando caía la tarde, y a la mañana siguiente tomamos de nuevo la Troncal 10 para vivir un día extraordinario.
Quebrada de Jaspe: auténtico festín del rojo y del agua
Innumerables atraccionesDesde La Piedra de la Virgen (donde comienza el Parque Nacional Canaima) hasta Santa Elena de Uairén (donde termina), no hay más de trescientos kilómetros, pero el trayecto está tan lleno de paisajes, ríos, saltos y lugares especiales, que apenas bastan dos días para recorrerlo agusto. Nuestra primera parada dela jornada fue en Los Rápidos de Kamoirán, donde observamosla fuerza de unas aguas impresionantes. Unos quinientos metros más adelante paramos paradesayunar en un modesto kiosco a un lado de la carretera. Seguimos viaje y, a unos veinte kilómetros, encontramos el Salto Kawi. De inmediato apareció Celso, amable guía que apenas habla español, quien, ante nuestras muestras de admiración, sólo atinaba a decir fine, creyendo, más bien, que nosotros hablábamos inglés. El Salto Kawi es otro ejemplo del poder natural. El agua cae con potencia a unos 25 metros, y más arriba, guiados por Celso, conseguimos un juego de cascadas que ni los mejores ingenieros del mundo podrían diseñarcomo fuente para una ciudad.
Desde lo alto se ve el Salto Kama, imponiéndose en medio de la selva
Con emoción continuamos, y apenas cuatro kilómetros después debimos parar de nuevo. El anuncio decía "Salto Kama". No imaginábamos lo que estábamos por ver. Elvis, uno de los viajeros del grupo, se adelantó con Pedro Velásquez, nuestro guía indígena de turno. El resto de nosotros iba detrás, y sólo nos apresuramos al oír sus gritos impresionados. "¡Guao, increíble!", decía, y al llegar a donde estaba descubrimos el motivo de su conmoción: una caída de 75 metros de alto y cincuenta de ancho. En tiempo de invierno es una explosión de agua indetenible, un rumor delicioso y un paisaje que se adueña para siempre de un lugar en el corazón.
Allí estuvimos mucho rato, ninguno se quería marchar. Antes de hacerlo, le encargamos a Pedro algunos "palos de agua", que él mismo hace y talla según la solicitud de cada turista.
Tratamiento antiestrésVolvimos a cabalgar la Troncal 10 y, tras unos cuarenta kilómetros de camino, hallamos un reposo envidiable. Es el Arapán Merú o Quebrada Pacheco, un remanso de aguas frescas, un poquito profundas, pero irresistibles.
Allí nos metimos de cabeza, nadamos, nos refrescamos. Basta caminar un poco más allá de los pozos naturales para contemplar un par de saltos muy hermosos (eso dicen, pues, lamentablemente, nosotros no sabíamos y, por ende, no los vimos).
Luego seguimos el viaje, pasamos sobre el río Soroape, frente a las comunidades de San Francisco de Yuruaní y San Ignacio de Yuruaní. Unos 35 kilómetros después de la Quebrada Pacheco está un lugar mágico, difícil de poner en palabras. Es el fantástico festín del rojo y del agua: la Quebrada de Jaspe.
Tratemos de explicarlo: el agua cristalina desciende de un sinfín de piedras y se precipita en dos cascadas de dos metros, más o menos. El agua cae con una agradable fuerza que sirve como masaje, como medicina para el cuerpo, como diversión infantil, como alimento. Luego se desliza sobre una superficie ancha, treinta metros, pero con tal suavidad y delicadeza, que ni siquiera llega a cubrir los dedos de los pies.
Desde los niños más pequeños hasta las personas más ancianas, todos pueden (y deben) darse un baño en la Quebrada de Jaspe… por favor, hágalo, será algo de lo que jamás se arrepentirá.
La presencia de los tepuyes deslumbra al visitante que no se cansa de admirar tanta belleza
Un lugar para siempreRejuvenecidos, continuamos nuestro viaje, y así llegamos a uno de los lugares más hermosos de Venezuela. En un ancho recodo de la carretera, se nos abrió un panorama extraordinario, una vista que, francamente, es difícil calificar con adjetivos.
Nos detuvimos en el acto, y, de veras, no había palabras. La sabana estaba extendida ante nuestros ojos, con diminutas montañas y formaciones muy raras, como tepuyes pequeños, con una multiplicación de árboles magistral. Era tan amplio el paisajeque, por la izquierda, se veía la lluvia caer violentamente, y, por la derecha, el sol resplandecía en una tarde magnífica.
Allí estuvimos largo rato. Las fotos eran insuficientes, queríamos llevarnos el paisaje en la maleta. No pudimos, pero lo grabamos en la mente y en el alma.
Hasta el finalPor último llegamos a Santa Elena de Uairén. Una larga recta y una trancada cola para poner gasolina nos dieron la bienvenida. El pueblo es pequeño, modesto, sin mayores atractivos. Por fin tuvimos cobertura telefónica, y fue el momento de hacer las llamadas respectivas para "reportarnos". Allí comimos, caminamos y descansamos un rato. La urgencia del tiempo nos obligó a tomar camino de nuevo, cuando caía la noche. Fuimos de vuelta hasta los rápidos de Kamoirán, donde dormimos en unas confortables cabañas. Pasamos una buena noche, y, a la mañana siguiente, llegó el día de retornar. Ninguno de los viajeros quería hacerlo, pero había llegado el fin de nuestra aventura. De regreso, fuimos parando en cuanto pozo, río, quebrada o salto se anunciaba a orilla de la carretera, especialmente en los que no habíamos visto durante la ida.
Cada kilómetro que recorríamos de regreso se sentía como despedirse de un buen amigo. Daba nostalgia dejar un lugar al que, paradójicamente, habíamos llegado apenas unas 72 horas antes. Dolía decirle adiós a Kamoirán, al Salto Kama y al señor Pedro, al Kawi, a Celso, y al hospitalario Aponwao.
De nuevo en el punto de partida, en el mirador del Monumento al Soldado, le dijimos adiós a La Sabana, a su silencio, a su imperturbable majestad. Entonces dejamos aquel paisaje abierto, y nos sumergimos de nuevo en la carretera boscosa. Llegamos otra vez a La Piedra de La Virgen, y paramos, claro está. Luego, no había otra opción, nos resignamos a volver.
Atrás habíamos dejado "el mundo perdido", las tierras más antiguas del planeta, un lugar donde las dimensiones no tienen parámetros, donde la belleza es la regla, y en el que, a causa de tanta hermosura, el ser humano pierde la capacidad de asombro, y se habitúa a conducir entre sabanas eternas, entre tepuyes e, incluso, qué cosas, a mirar de pronto por el retrovisor e identificar en el acto: "¡Muchachos, miren el Roraima!".
Antes de viajar es importante que considere
•Estadía. A lo largo de La Gran Sabana hay muchos campamentos donde puede rentar una cabaña para pasar la noche. Igualmente hay bastantes zonas de camping donde podrá armar su carpa para pernoctar sin ningún problema. Estas áreas están debidamente identificadas,son seguras y tienen baños.
•Plaga. No olvide llevar un repelente líquido, pues los mosquitos abundan en todo el lugar.
•Orientación. Lo mejor es averiguar cuanto sea posible antes de iniciar el viaje. Puede documentarse a través de algunas páginas web, y adquirir mapas sobre el lugar, puesle serán indispensables para desplazarse.
•Llevar. Se sugiere empacar ropa ligera, un par de jeans, zapatos deportivos (un par de botasde montaña quizá le sirvan en algún momento), suéters, gorra, traje de baño, zapatos playeroso sandalias que se atan a los pies, protector solar y cámara fotográfica.
•Frontera. Una vez en Santa Elena, escasos kilómetros separan a Venezuela de Brasil. Si usted desea cruzar la frontera, deberá presentar a las autoridades el certificado de haber recibido la vacuna contra la fiebre amarilla. De lo contrario, no podrá salir del país.
•Combustible. Si usted va en su auto, lo mejor que puede hacer es poner gasolina cada vez que pueda, no importa si su tanque tiene todavía suficiente combustible, pues es muy difícil predecir cuáles bombas están abiertas y cuáles no. Para evitarse un mal rato, siga este consejo que le será muy útil.
•Cuidadoso. Antes de tomarle una fotografía a cualquier indígena, primero pídale permiso para hacerlo. A algunos no les agrada y podrían molestarse si usted lo hace sin su consentimiento. En líneas generales, todos los pobladores son sumamente amables.
En la Piedra de La Virgen comienzael Parque Nacional Canaima
El viaje es largo, pero vale la pena. Antes de llegar al primer monumento de esta maravilla natural, se deben atravesar largos caminos, rectas infinitas y varios tipos de paisajes, pero, al final de ellos, en el medio de una carretera boscosa, se encuentra La Piedra de La Virgen, una roca enorme y sólida, abrumadora, oscura y con la aparente efigie blanca de una santa.
La parada a sus pies es obligatoria, al igual que las fotografías y el asombro. Tras unos minutos de contemplación, continuamos el viaje, recorremos algunos kilómetros más, varias curvas rodeados de montañas y, de pronto, llegamos a la cima, terminamos de subir la carretera y se abre ante nuestros ojos la inmensidad de un lugar, de un momento, de un sentimiento inolvidable. Allí está, como extendida por una mano superior, teniendo por límites la capacidad del ojo humano, pintada de un verde fabuloso, matizada con montañas, cerritos y montones de árboles diminutos o gigantescos, quién podría decirlo en la distancia. Al fondo, haciendo gala de una belleza exagerada, se muestra impecable el primer tepuy de nuestra aventura. Entonces algo es evidente: dejamos atrás el resto del mundo, y entramos a La Gran Sabana.
Para no olvidarLa visión del primer tepuy es muy extraña. Por un lado hay emoción, alegría, sorpresa, ganas de llorar, ganas de reír, de pararse a mirarlo eternamente. Pero, por otro lado, da la sensación de encontrarse con algo que nos ha pertenecido desde siempre y que, más allá de las cientos de fotografías vistas anteriormente, es un paisaje familiar, conocido. A fin de cuentas, un instante para la reconciliación. Descendemos un poco y hacemos la primera de muchas paradas en La Gran Sabana. Se trata del Monumento al Soldado Pionero, en la Sierra de Lema. Desde allí se ve una vastedad de tierra verde maravillosa, inmóvil, inmaculada. Literalmente se oye el sonido del silencio.
Una noche en La SabanaComo ya caía la tarde, lo mejor fue acampar a orillas del río Aponwao, una zona de camping con el mismo nombre. Allí hay un cálido sitio donde se puede comprar comida y bebida, utilizar los baños sin costo, darse una ducha, o meterse de cabeza en el río.
En la noche, ya listos para dormir, un espectáculo visual nos arrebató el sueño. Fuera de la carpa, tapizada a lo largo y ancho del espacio, se encontraba la inconfundible Vía Láctea. Las estrellas se veían nítidas, casi al alcance de la mano. A nuestro alrededor todo era oscuridad, y el silencio seguía allí, acariciándonos los sentidos, para que olvidáramos las tensiones diarias de la vida urbana.
Sale el sol en AponwaoA la mañana siguiente continuamos camino. Era nuestro primer amanecer en La Sabana, sin duda, una experiencia inolvidable. El cielo se pintaba de rosado y azul, las aves anunciaban su paso sobre nosotros, y el Aponwao estaba frío como río andino. Seguimos rumbo al corazón de La Gran Sabana, sobre el lomo de la Troncal 10, una carretera hermosa, perfectamente pavimentada, sin imprevistos, sin sorpresas, que a cada rato nos asoma un cartelito que indica los kilómetros que se han recorrido desde que comenzó ("723", dice en la llegada a La Piedra de la Virgen). Con el tiempo, ella se hace una más dentro de los compañeros del viaje.
Aquella mañana decidimos ir en dirección a Kavanayén. La primera condición ha de ser un vehículo rústico. El camino es de tierra, y muy irregular. Hay tramos fangosos, en los que carros sin doble tracción pueden quedar atascados. El trayecto hasta el lugar es muy hermoso, pues en realidad, a medida que avanzamos, nos adentramos por las venas de La Gran Sabana.
Pasamos junto a montañas que parecen cubiertas de fieltro, cruzamos quebradas e inofensivos riachuelos, visitamos un par de comunidades indígenas, nos detuvimos a saludarlas, y así conocimos a Elva Delgado, madre de ocho hijos, cabello lacio y negro azabache, quien nos pidió que le trajéramos velas cuando viniéramos de regreso. Todavía no tienen electricidad, y si un día usted decide ir por esta vía, no olvide llevar algo de ropa, linternas, baterías, cobijas o colchones para regalar. Son pobres, y siempre están necesitando cualquier cosa.
Una vez en Kavanayén, con el Sororopán Tepuy al fondo, se puede visitar la casa de las misiones, tomar una excursión a los saltos que rodean al poblado, comer e, incluso, dormir en alguna posada.
Nosotros regresamos a Aponwao cuando caía la tarde, y a la mañana siguiente tomamos de nuevo la Troncal 10 para vivir un día extraordinario.
Quebrada de Jaspe: auténtico festín del rojo y del agua
Innumerables atraccionesDesde La Piedra de la Virgen (donde comienza el Parque Nacional Canaima) hasta Santa Elena de Uairén (donde termina), no hay más de trescientos kilómetros, pero el trayecto está tan lleno de paisajes, ríos, saltos y lugares especiales, que apenas bastan dos días para recorrerlo agusto. Nuestra primera parada dela jornada fue en Los Rápidos de Kamoirán, donde observamosla fuerza de unas aguas impresionantes. Unos quinientos metros más adelante paramos paradesayunar en un modesto kiosco a un lado de la carretera. Seguimos viaje y, a unos veinte kilómetros, encontramos el Salto Kawi. De inmediato apareció Celso, amable guía que apenas habla español, quien, ante nuestras muestras de admiración, sólo atinaba a decir fine, creyendo, más bien, que nosotros hablábamos inglés. El Salto Kawi es otro ejemplo del poder natural. El agua cae con potencia a unos 25 metros, y más arriba, guiados por Celso, conseguimos un juego de cascadas que ni los mejores ingenieros del mundo podrían diseñarcomo fuente para una ciudad.
Desde lo alto se ve el Salto Kama, imponiéndose en medio de la selva
Con emoción continuamos, y apenas cuatro kilómetros después debimos parar de nuevo. El anuncio decía "Salto Kama". No imaginábamos lo que estábamos por ver. Elvis, uno de los viajeros del grupo, se adelantó con Pedro Velásquez, nuestro guía indígena de turno. El resto de nosotros iba detrás, y sólo nos apresuramos al oír sus gritos impresionados. "¡Guao, increíble!", decía, y al llegar a donde estaba descubrimos el motivo de su conmoción: una caída de 75 metros de alto y cincuenta de ancho. En tiempo de invierno es una explosión de agua indetenible, un rumor delicioso y un paisaje que se adueña para siempre de un lugar en el corazón.
Allí estuvimos mucho rato, ninguno se quería marchar. Antes de hacerlo, le encargamos a Pedro algunos "palos de agua", que él mismo hace y talla según la solicitud de cada turista.
Tratamiento antiestrésVolvimos a cabalgar la Troncal 10 y, tras unos cuarenta kilómetros de camino, hallamos un reposo envidiable. Es el Arapán Merú o Quebrada Pacheco, un remanso de aguas frescas, un poquito profundas, pero irresistibles.
Allí nos metimos de cabeza, nadamos, nos refrescamos. Basta caminar un poco más allá de los pozos naturales para contemplar un par de saltos muy hermosos (eso dicen, pues, lamentablemente, nosotros no sabíamos y, por ende, no los vimos).
Luego seguimos el viaje, pasamos sobre el río Soroape, frente a las comunidades de San Francisco de Yuruaní y San Ignacio de Yuruaní. Unos 35 kilómetros después de la Quebrada Pacheco está un lugar mágico, difícil de poner en palabras. Es el fantástico festín del rojo y del agua: la Quebrada de Jaspe.
Tratemos de explicarlo: el agua cristalina desciende de un sinfín de piedras y se precipita en dos cascadas de dos metros, más o menos. El agua cae con una agradable fuerza que sirve como masaje, como medicina para el cuerpo, como diversión infantil, como alimento. Luego se desliza sobre una superficie ancha, treinta metros, pero con tal suavidad y delicadeza, que ni siquiera llega a cubrir los dedos de los pies.
Desde los niños más pequeños hasta las personas más ancianas, todos pueden (y deben) darse un baño en la Quebrada de Jaspe… por favor, hágalo, será algo de lo que jamás se arrepentirá.
La presencia de los tepuyes deslumbra al visitante que no se cansa de admirar tanta belleza
Un lugar para siempreRejuvenecidos, continuamos nuestro viaje, y así llegamos a uno de los lugares más hermosos de Venezuela. En un ancho recodo de la carretera, se nos abrió un panorama extraordinario, una vista que, francamente, es difícil calificar con adjetivos.
Nos detuvimos en el acto, y, de veras, no había palabras. La sabana estaba extendida ante nuestros ojos, con diminutas montañas y formaciones muy raras, como tepuyes pequeños, con una multiplicación de árboles magistral. Era tan amplio el paisajeque, por la izquierda, se veía la lluvia caer violentamente, y, por la derecha, el sol resplandecía en una tarde magnífica.
Allí estuvimos largo rato. Las fotos eran insuficientes, queríamos llevarnos el paisaje en la maleta. No pudimos, pero lo grabamos en la mente y en el alma.
Hasta el finalPor último llegamos a Santa Elena de Uairén. Una larga recta y una trancada cola para poner gasolina nos dieron la bienvenida. El pueblo es pequeño, modesto, sin mayores atractivos. Por fin tuvimos cobertura telefónica, y fue el momento de hacer las llamadas respectivas para "reportarnos". Allí comimos, caminamos y descansamos un rato. La urgencia del tiempo nos obligó a tomar camino de nuevo, cuando caía la noche. Fuimos de vuelta hasta los rápidos de Kamoirán, donde dormimos en unas confortables cabañas. Pasamos una buena noche, y, a la mañana siguiente, llegó el día de retornar. Ninguno de los viajeros quería hacerlo, pero había llegado el fin de nuestra aventura. De regreso, fuimos parando en cuanto pozo, río, quebrada o salto se anunciaba a orilla de la carretera, especialmente en los que no habíamos visto durante la ida.
Cada kilómetro que recorríamos de regreso se sentía como despedirse de un buen amigo. Daba nostalgia dejar un lugar al que, paradójicamente, habíamos llegado apenas unas 72 horas antes. Dolía decirle adiós a Kamoirán, al Salto Kama y al señor Pedro, al Kawi, a Celso, y al hospitalario Aponwao.
De nuevo en el punto de partida, en el mirador del Monumento al Soldado, le dijimos adiós a La Sabana, a su silencio, a su imperturbable majestad. Entonces dejamos aquel paisaje abierto, y nos sumergimos de nuevo en la carretera boscosa. Llegamos otra vez a La Piedra de La Virgen, y paramos, claro está. Luego, no había otra opción, nos resignamos a volver.
Atrás habíamos dejado "el mundo perdido", las tierras más antiguas del planeta, un lugar donde las dimensiones no tienen parámetros, donde la belleza es la regla, y en el que, a causa de tanta hermosura, el ser humano pierde la capacidad de asombro, y se habitúa a conducir entre sabanas eternas, entre tepuyes e, incluso, qué cosas, a mirar de pronto por el retrovisor e identificar en el acto: "¡Muchachos, miren el Roraima!".
Antes de viajar es importante que considere
•Estadía. A lo largo de La Gran Sabana hay muchos campamentos donde puede rentar una cabaña para pasar la noche. Igualmente hay bastantes zonas de camping donde podrá armar su carpa para pernoctar sin ningún problema. Estas áreas están debidamente identificadas,son seguras y tienen baños.
•Plaga. No olvide llevar un repelente líquido, pues los mosquitos abundan en todo el lugar.
•Orientación. Lo mejor es averiguar cuanto sea posible antes de iniciar el viaje. Puede documentarse a través de algunas páginas web, y adquirir mapas sobre el lugar, puesle serán indispensables para desplazarse.
•Llevar. Se sugiere empacar ropa ligera, un par de jeans, zapatos deportivos (un par de botasde montaña quizá le sirvan en algún momento), suéters, gorra, traje de baño, zapatos playeroso sandalias que se atan a los pies, protector solar y cámara fotográfica.
•Frontera. Una vez en Santa Elena, escasos kilómetros separan a Venezuela de Brasil. Si usted desea cruzar la frontera, deberá presentar a las autoridades el certificado de haber recibido la vacuna contra la fiebre amarilla. De lo contrario, no podrá salir del país.
•Combustible. Si usted va en su auto, lo mejor que puede hacer es poner gasolina cada vez que pueda, no importa si su tanque tiene todavía suficiente combustible, pues es muy difícil predecir cuáles bombas están abiertas y cuáles no. Para evitarse un mal rato, siga este consejo que le será muy útil.
•Cuidadoso. Antes de tomarle una fotografía a cualquier indígena, primero pídale permiso para hacerlo. A algunos no les agrada y podrían molestarse si usted lo hace sin su consentimiento. En líneas generales, todos los pobladores son sumamente amables.
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