"Las mentiras que más caras
se pagan son las que nos
decimos a nosotros mismos"
Hoy en día ya no se hacen compromisos, acuerdos o negocios de palabra, porque nadie confía en nadie, debido a la gran prevención que tenemos ante la actuación deshonesta de las personas, que se aprovechan de la ingenuidad o necesidad de los que confiaron en ellas. Y no hay nada tan terrible como tener que mantenernos a la defensiva, atentos y vigilantes del comportamiento o la actitud de otra persona, tratando de descubrir o de averiguar cuáles serán sus verdaderas intenciones, para evitar que nos roben o que abusen de nosotros. Sería maravilloso si todos fuésemos honestos, conscientes y responsables de nuestra palabra, actuación y compromisos en todo momento, pues, seguramente así, retornarían la confianza, la entrega y la tranquilidad a nuestras relaciones con los demás.
Para rescatar un valor importante para la reconstrucción de espacios a salvo en nuestra sociedad: la honestidad
Comencemos por decir la verdad de lo que pensamos y sentimos. Sabiendo que podemos elegir las palabras adecuadas para expresarnos de la mejor manera, y sin tener que decir algo que no pensamos o, peor aún, que no vamos a cumplir.
Actuemos en coherencia con lo que creemos. Sin disfrazarnos de alguien que no somos para terminar diciendo o haciendo algo que después vamos a lamentar.
Mostrémonos tal cual somos, sin necesitar ocultar nuestras verdaderas intenciones, aun cuando hayamos aprendido a actuar así, especialmente en los negocios.
Evitemos escondernos detrás del comportamiento de la mayoría, aun a sabiendas de que no estamos de acuerdo con ellos. No asumamos compromisos que, de antemano, sabemos que no vamos a cumplir, sólo para que esa persona escuche lo que desea.
No hagamos cumplidos que no sentimos. Pero tampoco guardemos nuestros verdaderos sentimientos si estamos en desacuerdo con alguien o con algo, pues todo lo que guardamos u ocultamos nos envenena y trastorna nuestra manera de ser.
No tomemos ventaja de los más débiles o necesitados. Pensando en beneficiarnos de su fragilidad o de su ignorancia, pues el universo se encargara en algún momento de colocarnos en su lugar, para que aprendamos el sentido correcto de las cosas.
No engañemos a aquellos que creen o confían en nosotros. Sobre todo si somos líderes que guiamos sus elecciones o actuaciones, porque seríamos también responsables del destino final de su ceguera hacia nosotros. Ante todo y sobre todo, seamos honestos con nosotros y con los demás. Las mentiras que más caras se pagan son las que nos decimos a nosotros mismos, a costa de perder la dignidad, la felicidad, la salud y la vida.
Que la cara que le damos al mundo todos los días refleje lo que en verdad pensamos, sentimos y creemos. Ser uno en lugar de muchos, para vivir con autenticidad y no de acuerdo a las circunstancias, nos permitirá experimentar la libertad esencial y la serenidad.
Cuando existe honestidad en una persona, es porque hay coherencia entre sus pensamientos, palabras, sentimientos y actuación. Esta forma de actuar íntegra, consciente y responsable, nos asegura mantener buenas relaciones personales y recibir, por parte del universo, la recompensa que merecemos. Cuando tratamos de ocultar nuestras faltas, carencias y limitaciones, detrás de una actuación interesada, falsa y aventajada, tarde o temprano quedaremos expuestos en nuestra intención y actuación frente a los demás, y será la vida, una vez más, la que nos dé más de lo mismo como una consecuencia natural. Mostrar abiertamente nuestras intenciones y actuar con limpieza y desinterés en todo momento, dejándonos llevar por nuestros valores esenciales, aun a pesar de estar experimentando un momento de gran necesidad, nos ganará la posibilidad de superarlo para conseguir aquello que buscamos.
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